martes, 29 de septiembre de 2009

Crónicas en el recuerdo - II

Creo que no hay un hecho más dramático para el desenvolvimiento humano de la vida de los pueblos coloniales, que la expulsión de los seglares de la Compañía de Jesús en América.
La Casa de Alta Gracia participa de ese drama.
La visité, inmensa, señorial, encastillada como una abadía, abierta por la gentileza de su dueño, el señor Alberto Lozada Llanes, un caballero de porte varonil y sencillo, al que encontré vistiendo un poncho a pala, que es la mejor coraza para el frío.
Para llegar a la casa hay que ascender por una escalinata empinada que accede a una explanada y a un claustro. Y en el vasto recibimiento de la vivienda esparcí mi observación hacia todos los ámbitos. Vi bargueños, muebles de sala vetustos, imágenes sagradas y austeros claustros, pesados y abiertos ventanales.
Recibido por el dueño, comencé el paseo y también el inventario de lo que pisábamos y de cuanto se levantaba sobre nuestras cabezas. En el patio del convento se movían los espectros del recuerdo. A poco de explorar, descubrí un reloj de sol grabado en piedra de sapo y enseguida, volviendo los ojos al suelo, advertí un tipo antiquísimo de ladrillo cuadrado. Luego pasé revista por las bóvedas lisas y regulares, desnudas de revoque, tan perfectas que parecen trazadas con un compás, por los arcos de los ventanales y por las piedras irregulares con las que se montan las murallas.
Rodeado de una armonía constante, una serenidad sin interrupción en la arquitectura y una veracidad que no se desmiente, me pregunté cómo había sido esa gente que nos dejó semejante estilo y una versión de la grandeza del alma y de la profundidad de su fe.
El dueño de casa y su esposa agasajaron mi presencia con las más delicadas atenciones, demostrando en sus actitudes para con el visitante, poseer un alma cooperativa y una sensibilidad exquisita para querer y comprender la belleza sentida del monumento y su profundidad tradicional.
Descubrí dentro del vasto y desusado comedor, un precioso armonio que la esposa de Lozada Llanes ejecuta. La señora accedió a mi pedido y llamando a su nieta, una niña, la hizo entonar algunas canciones, acompañándola desde el teclado. La escena parecía un sueño. Doña María del Carmen Barraco y María Esther Solla Lozada, crearon para mí un mundo de belleza digno de los romances de Goethe.
Con ese hechizo me retiré, para ir hacia la estación. Era el ocaso de un domingo en Alta Gracia. Al silbato del tren anunciando la partida, le respondieron las campanas de la iglesia y el eco se repitió en las sierras veladas de niebla y silencio. Aquel escenario de misterio me hizo volver el recuerdo a la casa que dejaba atrás. Un monumento construido en piedra y conservado por el ensueño.


Arturo Cabrera Domínguez, “Diario Córdoba”, 6 de junio de 1954.



José Felipe Buteler, nuestro Cura Gaucho

La familia Buteler está ligada a mi historia familiar. En mi niñez recuerdo que se los nombraba mucho, sobre todo a José Leopoldo y Alfonso María como a los parientes obispos, y es que una hermana de mi abuela paterna estaba casada con uno de sus tantos hermanos, llamado Olegario.
Sus padres se llamaron Diego Buteler Torres y Matilde Martínez, formaron un hogar cristiano y de grandes virtudes. Tuvieron 15 hijos, que bautizaron con los nombres de: Diego Alfredo, José Leopoldo, Justa Matilde, María del Pilar, Olegario (quien contrajo matrimonio con mi tía abuela Delia Lascano Cortés), José Felipe, Virginia Rita María, Clara Ramona, Alfonso María, Eva Rita, Florencia Esther, Antonio Alejandro, Ana Rosa, Gaspar Raúl y Lucía Felipa.
De todos ellos, cinco fueron religiosos: los mencionados José Leopoldo y Alfonso María, quienes llegaron a ser Obispos de Río Cuarto y Mendoza, respectivamente; Justa Matilde, que ingresó a la Congregación de Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús; María del Pilar, que fue religiosa de la Congregación de Adoratrices Argentinas; y José Felipe, nuestro cura gaucho.
El Padre Buteler nació en Los Molinos de Calamuchita el 21 de agosto de 1887. Siendo un adolescente de poco más de doce años, ingresa al seminario en marzo de 1900, ordenándose sacerdote el 2 de diciembre de 1911, a la edad de 24.
Su primer destino fue en el Seminario Mayor, siendo primero Prefecto de Estudios y luego Vicerrector. Desde el 2 de marzo de 1915 hasta el 1 de mayo de 1932, lo encontramos ejerciendo como párroco en Villa Nueva. Allí muy pronto su idiosincrasia halló buena acogida en el vecindario. Lo respetaron y lo quisieron los pobladores del lugar, tanto que cuando debió retirarse, después de 17 años, se la tributó una emocionante despedida. Durante su estada en Villa Nueva logró la construcción de las capillas de Sanabria, Ausonia, La Laguna y del Colegio de las Hermanas Franciscanas.
Y fue así que lo nombraran Vicario Foráneo y Párroco de Altagracia un 25 de abril de 1932. Ésta era una parroquia amplia y difícil, pero de ilimitadas posibilidades, y el Padre José lo sabía, era su terruño, la conocía muy bien, e hizo que reinara la llama de las más puras tradiciones que surgían de él, en todos los ámbitos de su vasta jurisdicción. Se extendía por 100 km desde cerca de Río Segundo hasta el borde de la Sierra de Achala, y 50 km desde Malagueño hasta Santa Rosa y San Agustín.
Comenzó su labor firme, tesonera, sin mayores prisas, pero sin pausa. Fue tanto su celo, tanto su empuje, que fundó doce capillas en el lapso de su función como párroco de este curato. Construyó las capillas de Monte Ralo, Despeñaderos, San Antonio, Rafael García, Lozada, La Serranita, Potrero de Garay, Loma Alta, Champaquí, Villa Oviedo en Altagracia (que terminara nuestro querido Padre Viera, su digno sucesor); amplió y restauró las ya existentes en Cosme y Falda del Carmen, e inició la construcción de las capillas de Anizacate y San Clemente.
De vuelta de celebrar una de las primeras novenas en las sierras, en Loma Alta para ser más exactos, donde a los serranos se les ocurrió realizar un desfile, como un cortejo festivo para saludar el paso de la Patrona, se le ocurrió la idea de formar el Escuadrón de la Virgen, eso sí, todos se tenían que confesar y comulgar para participar de la parada, tenían que hacerlo en orden, sin fumar, sin bulla y vistiendo sus mejores galas. Él insistía que todo el desfile era un regalo para la Virgen. La idea creció, se expandió, y hoy, para la celebración de la Virgen de la Merced, Nuestra Patrona, son más de mil los gauchos que desfilan todos los años, el 24 de septiembre, cortejando a la Santa Madre de Dios en su día.
Firme, erguido, constante, fue difundiendo su acción de apóstol, hecha de renunciamientos, de generosidad, nunca vaciló ante el sacrificio. Lo vieron pasar las sierras, lo vieron los ranchos, lo conocieron todos los senderos. Se sentaba junto a los serranos, los conversaba y los convencía. Atrajo para la Iglesia a esas almas simples que estaban alejadas porque sí, por indiferencia, y los hizo católicos de verdad, piadosos siervos del Señor.
Con su obrar cristianizó la geografía de las sierras.
Enfermó de cáncer y falleció en casa de su hermana Virginia, en Córdoba, el 23 de noviembre de 1948, soportando con entereza una dolorosa y prolongada agonía. Sus restos descansan en el atrio del templo jesuítico.
Junto al Padre Viera, es sin duda uno de los sacerdotes más recordado por la comunidad de Altagracia, que vio en él un ejemplo de austeridad y de ferviente vocación religiosa.

Fuente: “Vida y obra del Pbro. José Buteler”, Recopilación Biográfica de Carola Stodart de García Sorondo.

lunes, 28 de septiembre de 2009

El "Mago" de Altagracia

Oreste Berta fue y es el mejor preparador de motores de toda Argentina.
Nació en Rafaela el 29 de septiembre de 1938, manifestando desde pequeño su afición por la mecánica. Tanto es así que cuando era un colegial de ocho años y concurría a la escuela primaria, en los bolsillos de su guardapolvo no llevaba nada de lo propio a los niños de su edad, él llevaba limas, destornilladores, pinzas y cilindros de motos para preparar en sus horas libres. La historia del “Mago” tiene mil inicios, desde los invencibles motores “Cucciolo” que alistaba antes de los dieciocho años, aquella Ducati 175 cc que le hizo carrera a las mejores motos europeas, los cilindros que fundía junto a su esposa en el comedor de la casa cuando vivía en los Estados Unidos, hasta los Renault de 1965 en adelante y toda la serie de Torinos ganadores y campeones …
Así, con distintos comienzos, la trayectoria de este genio rafaelino se proyectó sobre el futuro con ilimitadas posibilidades.
En su “Fortaleza” de Altagracia, había realizado notables trabajos para el automovilismo argentino con los Renault Gordini, chasis de Fórmula 1 Nacional, Fórmula 2, los Torino y las Liebres de TC y SP; había desarrollado motores, frenos y diseños de caja de velocidades, hasta encarar su máxima aspiración: construir un chasis y motor V8 para la Fórmula 1 Internacional.
Fue cuando el General Juan Carlos Onganía, presidente argentino por aquellos años, lo felicitó por el auto que había construido, le preguntó: “Por qué un auto argentino con motor importado? ¿No podremos tener alguna vez un prototipo totalmente construido en el país, motor inclusive?”
No hizo falta más. Lo que parecía el sueño de un loco se convirtió rápidamente en un juguete mental para el Mago. Primero en una serie de planos. Más tarde, en un serio proyecto. Con el correr de las semanas, en un racimo de piezas sueltas. Y en julio de 1971 en un completo motor de tres litros digno de competir con los europeos, ingresando de esta manera al selecto grupo de los países en los que se construían motores de competición: Inglaterra con Cosworth y BRM, Francia con Matra, Italia con Ferrari y Alfa Romeo y Alemania con Porsche. Habían nacido el Berta V8 y la epopeya del auto y del motor argentino que pasearían por el mundo.
Repasar la vida profesional de Oreste Berta sería largo de describir y existen miles de páginas escritas sobre su persona, aquí lo único que destacaré es que la Universidad Nacional de Córdoba lo distinguió con el título Honoris Causa, valorando una trayectoria de excelencia y confirmando que los conocimientos de este verdadero maestro son imposibles de encerrar en el título universitario de una carrera que no terminó. Además, en 1969, fue declarado Patrimonio Nacional por el gobierno de la República y distinguido como joven sobresaliente por la Cámara Junior de Buenos Aires.
En la actualidad, es miembro titular de la empresa Oreste Berta S.A. que dirige junto a sus hijos, y está dedicada a la preparación de automóviles para competición y al desarrollo de piezas y sistemas para las más importantes terminales automotrices del mundo.
Los aficionados a las tuercas de todo el país, y fuera de él, saben que Altagracia no es un lugar más en el mapa del automovilismo. Nuestra histórica ciudad está orgullosa de contar entre sus habitantes a uno de los más grandes cerebros de la ingeniería del automóvil. Esta tierra de tantos hombres ilustres también atesora entre ellos a Oreste Berta.