viernes, 5 de junio de 2009

Los esclavos negros en la historia de nuestra ciudad

“Conocer las propias raíces es un derecho de todo pueblo y de todo individuo, y las raíces de muchos ciudadanos altagracienses se hunden en lejanas tierras africanas. Ellos han seguido el destino común de la mayoría de los argentinos: son hijos de los mares, pero para su desgracia sus barcos fueron barcos negreros; de ahí que se los haya condenado a la desaparición de la memoria colectiva. Es deber de la sociedad toda devolverles su pasado.” (Jeannette de la Cerda).
A nuestra ciudad de Altagracia, uno de los íconos que la distinguen es la Torre del Reloj Público, monumento erigido en 1938 para conmemorar el cincuenta aniversario en que Manuel Solares cediera tierras “a los pobres de notoria honradez”, dando origen a la población. El monumento ostenta en cada una de sus aristas las alegorías de lo que entonces se consideró los tipos humanos que habían conformado los orígenes de la ciudad: el conquistador, el misionero, el indio y el gaucho. Sin embargo, el negro esclavo que estuvo presente en la historia de nuestra ciudad no está, a la torre le falta el negro.
No deja de sorprenderme que el tema de la existencia de personas de raza negra sea desconocido para la mayor parte de la población.
La historia comienza con la merced de tierras concedida a Juan Nieto el 8 de abril de 1588, tierras conocidas como Paravachasca. En su época no hay datos que consignen la presencia de esclavos negros en la futura ciudad del Tajamar. Pero se podría afirmar que participó en el comercio de esclavos dada su condición de escribano.
Recién en 1643 con la carta de donación a la Compañía de Jesús por el segundo dueño de la estancia, Alonso Nieto de Herrera, se dice que los hay en las tierras que eran de su propiedad.
Con los jesuitas, la estancia se convertiría en un centro agrícola, fabril y ganadero, cuya producción era destinada al mantenimiento del Colegio Máximo de Córdoba y las misiones guaraníes. La principal mano de obra la constituyeron los negros esclavos quienes desarrollaron las tareas que demandaba la explotación de la estancia. En 1718 había 187 esclavos, registrándose el pico más alto, 291, en 1769, cuando las instalaciones estaban bajo la tutela de la Junta de Temporalidades, luego de la expulsión de los jesuitas en 1767.
Los negros esclavos eran mayoría en la estancia, a diferencia de los indígenas cuyo número nunca sobrepasó de 50. Fueron el soporte económico en los puestos, en los telares, en la huerta, en el transporte de las carretas de bueyes que llevaban los productos a los diferentes destinos, fueron además el servicio doméstico. Trabajaron en la herrería, en el molino, produjeron vino, hornearon ladrillos, fabricaron muebles y carretas, y hasta participaron de la construcción de los edificios.
A partir de 1772 comienza una venta masiva de esclavos reduciéndose de a poco su presencia en Alta Gracia. En el censo de 1778, primero de lo que es la actual Argentina, se establece que de 304 personas que vivían en la estancia el 32,6%: 99, eran esclavos y 16,8% eran mulatos o pardos. Había solo dos indios y el resto, es decir el 50%: 152, eran blancos. Estos datos nos indican la importancia del grupo de origen africano (49,4% de la población total), la afirmación del escaso peso demográfico del indio y su menor importancia como mano de obra en comparación con los afrodescendientes.
Cuando Manuel Solares, virtual fundador de la llamada Ciudad del Tajamar, compra la estancia, todavía existían esclavos aunque en proporción mucho menor, ya que de los 333 habitantes, el 62% era de origen negro, pero sólo el 5% era esclavo. Ya no hay indios puros y los blancos representan el 38%. Las cifras nos indican la supremacía de la raza negra y sus mestizaciones frente a la blanca.
Al realizarse el censo de 1840, en la estancia, que aún era propiedad de Manuel Solares, solo el 1% de los censados son esclavos, los libres constituyen el 47% de la población y ya no hay indios. Los blancos son el grupo mayoritario con el 52%. A partir de esta fecha se inicia un declive constante en el número de esclavos, se puede llegar a decir que a partir de 1840 ya no hay más esclavos en la Estancia de Alta Gracia.
Debemos rescatar entonces el pasado, para reivindicar, como un mandato de la historia para nosotros, para las próximas generaciones, el protagonismo de los afroargentinos en nuestra ciudad, para gloria de ellos, de sus descendientes y de toda la sociedad altagraciense.