martes, 30 de diciembre de 2008

El niño Ernesto

Escribir sobre el Che Guevara es redundar sobre lo ya escrito por tantos otros, los que lo enaltecieron y los que lo detractaron.
En Alta Gracia, Ernesto Guevara de la Serna fue Ernesto, o Ernestito, como lo llamaban cariñosamente sus amigos y familiares.
Había nacido en Rosario el 14 de junio de 1928. Hijo de Ernesto Guevara Lynch y Celia de la Serna Llosa, a los cuarenta días de nacido sufrió una pulmonía y al poco tiempo le diagnosticaron una afección asmática severa.
El médico familiar les recomendó las sierras de Córdoba y fue así que en 1932 la familia llegó a Alta Gracia. Tuvieron varias residencias: pasaron por el La Gruta, hoy propiedad de los Padres Carmelitas Descalzos, después por la casa de la familia Fuentes Condal, frente al golf, hasta que se establecieron en el chalet "Villa Nydia", el actual museo dedicado a su memoria, que era propiedad de Alberto Lozada, uno de los últmos dueños de la residencia jesuítica.
Vivían de los alquileres de unos campos que Celia de la Serna tenía en Villa Sarmiento y de las rentas producidas por unos yerbatales en Misiones. Así y todo, muchas veces pasaron dificultades económicas.
Criado en un ambiente donde se hablaba de política, Ernestito escuchaba con frecuencia como su padre reunido con el maestro Manuel de Falla, apoyaba el movimiento revolucionario español.
Su grupo de amigos estaba formado por "Calica" Ferrer, quien años más tarde fuera su compañero en el segundo y definitivo viaje por Latinoamérica, Carlos Figueroa, Leonardo y Enrique Martin, Ariel Vidosa, Mario Raúl Salduna, entre otros. Era la banda del barrio Carlos Pellegrini. Eran los del Alto.
El asma le impidió comenzar el primer grado, y fue su madre quien le enseñó las primeras letras, luego ante la obligatoriedad de asistir a clases, lo anotaron en la escuela. Realizó sus estudios en el colegio San Martín y más tarde en el Santiago de Liniers. Las faltas justificadas a clase estaban a la orden del día, más de una vez su enfermedad lo obligó a quedarse en casa.
Los amigos de la barra del Alto nunca lo juzgaron, prefirieron recordar al amigo de su niñez, recuerdos que encuentran al mito de pantalones cortos, corriendo por esta villa serrana, ignorando el destino que vendría.
O paseando en pijama a las tres de la mañana en el coche de su padre, para que el aire aliviara sus pulmones. O bañándose en el arroyo o jugando a la pelota, juegos muchas veces suspendidos para llevarlo a su casa para ser atendido...
Hoy, muchos en el mundo lo reclaman y lo levantan como bandera de lucha.
El Che les pertenece.
Los sobrevivientes de la pandilla suelen mirarse en el retrato gigante que existe en el museo, en el que una decena de chicos de ropas zurcidas y gestos atorrantes los devuelven a esos años del 30. Pero ya nada es igual. Las ausencias se notan. El mundo ya no es el mismo. Ernesto, de ser el jefe de la barra del Alto pasó a liderar una revolución. Siempre había soñado con un mundo mejor y pagó con su vida el precio de mantener sus ideales.
El mundo lo conoció bien, y lo admiraron... y lo criticaron...
El escritor Eduardo Galeano expresó: "¿Por qué será que el Che tiene esa peligrosa costumbre de seguir naciendo?. Cuanto más lo insultan, lo manipulan, lo traicionan, más nace. Él es el más nacedor de todos. ¿No será porque el Che decía lo que pensaba y hacía lo que decía? ¿ No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan porque no se conocen?".
Compartamos o no sus principios, hay que reconocer que fue un idealista puro, que supo luchar y morir por la causa que abrazó, siempre fiel a lo que con sinceridad creyó era lo mejor para su pueblo.
El niño Ernesto, un habitante más que pasó por Alta Gracia...