sábado, 21 de marzo de 2009

Myriam Stefford y Raúl Barón Biza (1ra. Parte)

Contradictorio, depresivo, violento, pasional. Una personalidad fascinante. A casi 45 años de su muerte, Raúl Barón Biza sigue generando contradicciones.
Nació en Villa María, Córdoba, en 1899. Su padre había hecho una gran fortuna como cerealero cuando terminaba el siglo XIX, y fue uno de los colonizadores de La Pampa, uno de los pueblos fundados por él, lleva su apellido: Colonia Barón.
Su madre era tucumana, hija de españoles, había puesto al servicio de la ayuda social toda su fortuna, y tenía raíces en una familia tradicional y católica de la alta burguesía.
Raúl fue enviado a Europa para su educación y pasó su juventud entre viajes y una vida cómoda en París. Ya en 1928 había visitado los puertos más exóticos del Viejo Mundo.
Eran los años siguientes a la Gran Guerra, y los empobrecidos europeos observaban con envidia y sorpresa a esos argentinos ricos que daban la vuelta al mundo en sus propios barcos, con sus vacas a bordo para tener leche fresca, derrochando el dinero que parecía inagotable.
Fue en Viena, una de las etapas de esa fiesta inacabable, donde Raúl Barón Biza conocería a Myriam Stefford. En “El derecho de matar”, una de las novelas que le harían fama de escritor maldito, la describía así: “Boca pequeña de labios pintados, tibios, húmedos. Boca de carmín, tenía ese rictus embustero, delicioso y un poco canalla de todas las divinas bocas nacidas para mentir y besar”.
Era hija de padres italianos y había nacido en Berna, Suiza, en 1905. Su verdadero nombre era Rosa Margarita Rossi Hoffmann, su padre trabajaba en una fábrica de chocolates, y su madre era ama de casa. A los 15 años se había escapado hacia Viena y Budapest, donde se transformaría en una actriz sin más talento que su belleza. Para cuando conoció a Barón Biza su carrera artística empezaba y terminaba en tres películas que la contaban en el reparto: “Póquer de ases”, “Moulin Rouge” y “La duquesa de Chicago”. Siendo una joven hermosa y desprejuiciada, se dejó seducir por el joven millonario argentino.
Corría 1925 y la vida de la pareja, desde el primer encuentro, estuvo llena de bellos lugares comunes: Saint Moritz en invierno, la Costa Azul y la Riviera Italiana en verano, Capri y Venecia todo el año. Unas largas vacaciones que, sin saberlo, el padre de Raúl financiaba desde Córdoba con su negocio de cereales.
A mediados de 1928 la pareja llegó a Buenos Aires en la primera clase del buque “Cap d’Ancona”. Myriam Stefford y Raúl Barón Biza, jóvenes, ricos y despreocupados, parecían los dueños del mundo. La necesidad de pompa de algunos periodistas hizo que ella pasara a ser una baronesa, una revista escribiría sobre ella: “Sólo los encantos de su belleza, la majestad de su porte, la delicadeza de sus líneas, recordaban su condición de aristócrata”.
Mientras tanto, anticipando al escritor en que se transformaría, Barón Biza y su amante manejaban a discreción una historia que ellos mismos habían inventado. Habían hecho creer que el viaje a Buenos Aires era sólo una escala en el camino de la dama a Hollywood, donde debía firmar un multimillonario contrato para filmar una película. Myriam declaraba: “En Europa de habla mucho de este país; se dice que Buenos Aires es la París de América. Vine solo por tres semanas, lo justo para conocer una estancia, bailar unos tangos y tomar mis buenos mates, porque en United Artists me manifestaron el deseo de filmar una película sobre gauchos”.
Después de pasar unos días en Los Cerrillos, la estancia familiar cerca de Alta Gracia, la pareja regresó a Europa y, el 28 de agosto de 1928, en lo que las crónicas mundanas calificarían como “el acontecimiento social de año”, Myriam Stefford y Raúl Barón Biza se casaban en Venecia, en la basílica de San Marcos. Entre los invitados figuraban la princesa Lucinge de Faucigny, la baronesa Nelly de Rotschild, la condesa Albrizzi, la duquesa Di Sangro y el príncipe Alessandro Ruspoli.

Fuente: “Una pareja de película” de Jorge Camarasa