viernes, 18 de septiembre de 2009

El doctor Ángel Gallardo

Cuenta Cristian Moreschi, en su libro “Camino de la Historia”, que el chalet “Los Espinillos” se hizo famoso por ser el lugar donde vivió la última etapa de su vida Manuel de Falla, y que la fama del compositor opacó a otro gran personaje que vivió en Altagracia, concretamente el que la hizo construir: el doctor Ángel Gallardo.
¿Y quién era este doctor Ángel Gallardo? Fue un destacado científico e investigador en ciencias naturales, y también un hombre público que representó a nuestro país en las más altas esferas.
Nació en Buenos Aires el 19 de noviembre de 1867. Cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de esa ciudad y posteriormente se graduó de ingeniero civil. En sus memorias nos cuenta: “A los seis años comencé por mi cuenta los estudios científicos leyendo hasta aprender de memoria “Las metamorfosis de los insectos” de Maurice Girard, y la “Historia de las hormigas” de Huber. Cuando volvía del colegio observaba las hormigas… mientras comía bizcochos de panadería y naranjas, de las cuales participaban también las hormigas; … comprobé que, en ciertos nidos, había, además de las obreras, otras formas cabezonas (soldados de Pheidole) de las cuales no decían nada los libros… Este descubrimiento me demostró que los europeos no sabían nada de nuestras hormigas y me propuse estudiarlas algún día y escribir un libro que revelara estas novedades”.
Su amor por la naturaleza lo llevó a realizar, desde su juventud, varios viajes a Europa para aprender de grandes personalidades del ambiente científico de su época. Asistió por ejemplo a las primeras a las primeras conferencias sobre radiactividad que eran dictadas por su descubridor Henri Becquerel y por los esposos Curie. También realizó cursos sobre herencia, embriología e historia vegetal. Además asistió a una clase magistral sobre la división celular dictada por Van Tieghem, en el Museo de Historia Natural de París.
Al regresar a la Argentina se doctoró en Ciencias Naturales en 1901, como alumno del doctor Carlos Berg, por entonces director del Museo Nacional, al cual reemplazó interinamente en el cargo en 1897. Tras la muerte de Florentino Ameghino ocupó, en 1912, la dirección del Museo Nacional de Historia Natural. Desde su cargo impulsó las mejoras para las secciones de botánica y paleontología, fomentó las excursiones y gestionó un nuevo edificio para resguardar las valiosas colecciones que se habían logrado reunir a lo largo de los años.
Se dedicó al estudio de los insectos, particularmente de las que eran su pasión: las hormigas. Sostuvo además una hipótesis sobre el proceso por el cual se producía la división celular, la cual fue presentada en la Sorbona de París en 1912. Dicha hipótesis se consideró por años como la explicación más probable de este fenómeno.
Escribió textos de nivel secundario sobre biología, pero entre sus numerosas publicaciones se destacan “Las hormigas en la República Argentina”, con la que concretó su sueño de juventud de publicar un libro al respecto, y “Bipolaridad en la división celular”.
Ocupó altos cargos públicos en la administración y en la diplomacia. Entre 1916 y 1921 estuvo a cargo del Consejo Nacional de Educación, logrando duplicar el número de escuelas nacionales. En 1921 fue embajador en Italia, y entre 1922 y 1928 se desempeñó como Ministro de relaciones Exteriores del gobierno de Marcelo T. de Alvear. Presidió la Sociedad Científica Argentina y la Academia Nacional de Ciencias. Enseñó botánica e historia natural en el Colegio Nacional y fue profesor de zoología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, de la que fue rector en 1932.
Su contacto con Altagracia se debió a, como sucedía en esa época, la necesidad de mejorar la salud de Guillermo, uno de sus hijos, ubicándose con su familia en el Sierras Hotel. La mejoría en la enfermedad lo llevaron a tener su propia casa en Córdoba. Fue así que mandó construir el chalet Los Espinillos, estableciéndose por temporadas enteras, alternando el descanso con la investigación de la flora y fauna autóctona, y sus ocupaciones en la capital, siendo su primer morador famoso. Años después don Manuel de Falla opacó su fama como habitante ilustre de la casa.
El doctor Ángel Gallardo, el señor de las hormigas, muere el 13 de mayo de 1934.
Otro personaje notable que dejó sus huellas en nuestra ciudad.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

ERICH KLAIBER

Mi querida ciudad de Altagracia no deja de sorprenderme. Como en una particular Caja de Pandora, a medida que sondeo en su historia, siguen saliendo una galería de personajes notables que vivieron y disfrutaron de nuestra tierra.
Uno de ellos ocupa el lugar de hoy: Erich Klaiber.
Nació en Viena un 5 de agosto de 1890. Sus estudios los cursó en Praga, y por sus grandes virtudes en 1923 se convirtió en director musical de la Ópera Estatal de Berlín.
En 1926 visitó Buenos Aires como invitado, enamorándose no solo de nuestro país sino de la que fue su esposa y compañera, la estadounidense Ruth Goodrich, a quien le propuso matrimonio en la primera cita, durante un almuerzo en el grill del Hotel Plaza.
Vuelve a la Argentina en 1937, luego de que tres años antes renunciara a su puesto en Alemania, como protesta contra el régimen nazi cuando por decreto censurara y decretara como “arte degenerado”, su puesta en escena de la obra “Lulú” de Alban Berg.
Ya en nuestro país asume como director musical del Teatro Colón, cargo que ocupó hasta 1949, adquiriendo la ciudadanía argentina en 1938, luego de renunciar a la austríaca tras el plebiscito con que Austria se anexó al Tercer Reich.
Fue por su amistad con Manuel de Falla que Kleiber conoce Altagracia quedándose prendado del lugar. Compró un campo de 30 hectáreas camino a La Rinconada, casi recostado sobre el faldeo de las sierras chicas, allí construyó un chalet de dos plantas que llamó “La Fermata”. Para los eruditos en música, la fermata es un punto en la ópera, cerca del final donde la música parece detenerse. Para el maestro eso era su campo, un remanso donde el tiempo y el sonido parecían no existir. El lugar era el escondite perfecto para escaparse del ruido de la capital y concentrarse en sus conciertos, estudiando las partituras o prepararse para las próximas presentaciones.
Después de la Segunda Guerra Mundial, a principios de la década del 50, vuelve a Europa cuando le ofrecieron nuevamente el cargo en la Ópera Estatal de Berlín, que se encontraba en la zona rusa de la ciudad, pero al descubrir que para los comunistas no era persona deseable, tal como sucedió con los nazis, renunció sin haber dirigido un solo concierto. Convirtiéndose, entonces, en un director invitado estrella, sin tener un puesto fijo.
Como director fue un pionero de la modernidad, un universalista con visión de futuro, un perfeccionista, un artista de inusual coraje ético y compromiso con los tiempos difíciles que le tocaron vivir.
Kleiber ya no volvería a su tierra adoptiva, murió en Viena de un ataque al corazón, el 27 de enero de 1956, día en que se festejaba el bicentenario del nacimiento de uno de sus ídolos: Wolfgang Amadeus Mozart.
Su casa en Altagracia está como era entonces, al caminar por su jardín uno puede disfrutar del mismo silencio que inspiró sus horas más placenteras.

Fuente: Diario La Nación, 20/9/2006 y Libro “Camino de la Historia”, de Cristian Moreschi.




Bruno Walter, Arturo Toscanini, Erich Klaiber, Otto Klemperer y Wilhelm Furtwängler
Berlín, 1929

martes, 15 de septiembre de 2009

Andrés Piñero


Andrés Gregorio de las Mercedes Piñero, tal su nombre completo, nació en Córdoba el 12 de marzo de 1854. Sus primeros años de estudio los cursó en el colegio Monserrat, siendo condiscípulo de otro grande de la pintura cordobesa, Genaro Pérez. Entre estas antiquísimas paredes hizo sus primeras aproximaciones al dibujo, despertando sus ambiciones de crecer en el arte. No cursó estudios universitarios, se dedicó al comercio junto a su padre, adquiriendo una sólida fortuna que le sirvió para dedicarse a su verdadera pasión, la pintura.

En 1881, con el jesuita José Bustamante, fundó el "Taller de la Sagrada Familia". En 1913, durante el gobierno de Ramón J. Cárcano, integró la Comisión de Bellas Artes junto, entre otros, a Octavio Pinto, Emilio Carafa y Hugo del Carril. En 1915, aportó su entusiasmo y gran voluntad a la labor de la Academia de Bellas Artes.

Su profunda raigambre cordobesa se reflejó en sus paisajes y en sus retratos de personajes serranos. Obras como "Escena de campo", "Viejo Portal", "Paisaje de Alta Gracia", "Iglesia de Alta Gracia", "Cementerio de Alta Gracia", lo demuestran. Como buen cordobés, no ocultó sus profundos sentimientos religiosos y los expresó en grandes óleos, algunos de los cuales adornan la iglesia de San Francisco, y otros, la iglesia de la Compañía de Jesús.

Este misticismo tan particular tuvo un canal de expresión en algunas telas como en la que retrata a su familia, en la misma aparecen junto a los miembros vivos, los muertos identificados con un resplandor blanquecino especial y transparente. Esta pintura se encuentra en el Museo de la Ciudad de Alta Gracia.

Contrariamente a muchos de sus contemporáneos, no presentó sus obras en otros escenarios, ni se preocupó por lograrlo, su verdadero placer era exponerlas entre sus coterráneos para que las disfrutaran.

Alta Gracia fue muchas veces motivo para su paleta, ya que vivió en la casona que hiciera construir su padre, conocida como "casa de los Cafferatta", y que es la actual Casa de la Cultura en nuestra ciudad.

Fue un artista capaz de enternecer, de mistificar en sus grandes óleos religiosos, de honrar a su familia en retratos plenos de vida, en fin un empeñoso trabajador del arte, capaz de renunciar a las mieles del éxito, porque su éxito estaba en realizarse acá en su suelo donde se afirmaban sus raíces.

Don Andrés Piñero murió en 1942. Su casa en Alta Gracia conserva el alma de este artista que pintó nuestros paisajes serranos con auténtico sentimiento cordobés.
Fuente: "Andrés Piñero, cordobés de pura cepa", de Nilda Beatriz Moreschi. Artículo publicado en el libro "II Jornadas de Historia de los Pueblos de Paravachasca, Calamuchita y Xanaes"

"Escena de Campo", óleo de Andrés Piñero

lunes, 14 de septiembre de 2009

Padre Domingo Viera

Nació un 15 de julio de 1910, vivía en un paraje llamado San Antonio, 30 km al oeste de Villa Cura Brochero, entre lomadas y llanos. Sus padres fueron Mariano Viera y Teresa Camus, fue el menor de ocho hermanos: Ángel Rafael, Margarita Luisa, Vicente, María Teresa, Filomena, Miguel Horacio, Griselda y él, Domingo.
Decía que siempre había pensado que el Cura Brochero le había alcanzado de Dios la Gracia y la Luz de su vocación religiosa. Y así fue que a los quince años, el 7 de abril de 1926, entró al seminario, y el 18 de septiembre de 1937 se ordenaba sacerdote.
Su primer destino fue como Vicario Cooperador en la Parroquia de Santa Rosa de Río Primero, por extraña casualidad lugar natal de su admirado Cura Gaucho, el 5 de febrero de 1938. Cuatro años después, el 10 de mayo de 1942, fue designado párroco en San Agustín. Allí fue que su madre que vivía con él, y lo siguió haciendo hasta que murió en 1966, toma a su cuidado a quien sería como su hermano menor: Hugo Ricardo Sánchez, “Neco”, como todos lo conocimos, quien lo acompañó toda su vida.
Siete años estuvo en San Agustín hasta que el 9 de enero de 1949 tomaba posesión de la Parroquia Nuestra Señora de la Merced en Alta Gracia. Le tocaba reemplazar a un gigante, el Padre José Buteler, hecho que en alguna medida lo condicionó, ya que era un personaje de una personalidad y potencia intelectual y espiritual tan fuerte que cuando Monseñor Laffite le dijo que lo designaba párroco de Alta Gracia, le hizo exclamar: “¿Y qué voy a hacer yo a Altagracia, donde ha estado un Rey, como el Padre Buteler?” Pregunta a la que el Obispo respondió: “¡con tu sencillez vas a ser igual o más que tus antecesores!”.
Hablar del Padre Viera es hablar de abnegación, desinterés, entrega total . Durante los años de su misión no dejó a un lado a toda persona que lo haya llamado, ya sea de día o de noche siempre acudía. Su entrega a los demás fue siempre la meta de su vida por lo que, a pesar de tener tanto trabajo en una comunidad tan grande siempre se la arregló para multiplicarse y estar en todos lados. No solo estaba en las tareas de la Parroquia, nunca dejó de abandonadas a las capillas de las sierras a las que iba a caballo, mula, en su viejo Ford, y hasta a veces a pie. Una faceta de su personalidad a destacar era su simpatía y buen humor permanente, aún ante el dolor y las dificultades mayores. Sus famosos “cuentos”, que no existe ninguna persona que haya tenido el placer de compartir un rato con él que nos los haya escuchado. Su sonrisa, su palabra de aliento y esperanza siempre con los demás. Su optimismo aún después de haber soportado muchas intervenciones quirúrgicas que fueron debilitando su salud. Vivió siempre en contacto con la necesidad, con la pobreza, transmitió humildad, alegría, seguridad, siempre bajo el ala de una fe profunda e inquebrantable que no lo dejó caer, ni siquiera tropezar, a pesar de muchas cosas no siempre agradables que le tocaron vivir.
Una vida y una actividad como la del Padre Viera no puede ni debe perderse en el olvido. Cuando una vida se constituye en un ejemplo digno de ser vivido y de ser emulado, debe ser rescatada por los contemporáneos que tuvieron y tienen la felicidad de disfrutar de ese privilegio y transmitirla a la posteridad para que se multiplique en alimento y ayude a la salvación de los hijos y nietos que vienen detrás nuestro.
Todas las generaciones de altagracienses tienen la obligación moral de recoger su concepto de vida, su sentido de Dios, su visión de hombre, la conciencia de la responsabilidad, el ejemplo de su dignidad y de su moral, su humildad y servicio brindado por amor a Dios y al prójimo…
Los que hacen de su vida historia, aunque jamás hayan tenido esa intención, deben ser conocidos por la posteridad y valorados en el contexto en que desplegaron sus virtudes.
En el final de esta breve reseña de este pequeño gran hombre, transcribo parte de las palabras finales de su autobiografía:
“¡Cómo no voy a dar gracias a Dios que a lo largo de tantos años me ha colmado de bendiciones y gracias, entre ellas la mayor y más maravillosa, la de haberme hecho participante de su sacerdocio eterno, haciéndome Sacerdote y Ministro suyo en la transmisión de su mensaje de salvación y administrador de su gracia en los Sacramentos!”.



Fuente: "Recuerdos del Rvdo. Padre Domingo Viera", por Orlando Sixto Perez