miércoles, 16 de septiembre de 2009

ERICH KLAIBER

Mi querida ciudad de Altagracia no deja de sorprenderme. Como en una particular Caja de Pandora, a medida que sondeo en su historia, siguen saliendo una galería de personajes notables que vivieron y disfrutaron de nuestra tierra.
Uno de ellos ocupa el lugar de hoy: Erich Klaiber.
Nació en Viena un 5 de agosto de 1890. Sus estudios los cursó en Praga, y por sus grandes virtudes en 1923 se convirtió en director musical de la Ópera Estatal de Berlín.
En 1926 visitó Buenos Aires como invitado, enamorándose no solo de nuestro país sino de la que fue su esposa y compañera, la estadounidense Ruth Goodrich, a quien le propuso matrimonio en la primera cita, durante un almuerzo en el grill del Hotel Plaza.
Vuelve a la Argentina en 1937, luego de que tres años antes renunciara a su puesto en Alemania, como protesta contra el régimen nazi cuando por decreto censurara y decretara como “arte degenerado”, su puesta en escena de la obra “Lulú” de Alban Berg.
Ya en nuestro país asume como director musical del Teatro Colón, cargo que ocupó hasta 1949, adquiriendo la ciudadanía argentina en 1938, luego de renunciar a la austríaca tras el plebiscito con que Austria se anexó al Tercer Reich.
Fue por su amistad con Manuel de Falla que Kleiber conoce Altagracia quedándose prendado del lugar. Compró un campo de 30 hectáreas camino a La Rinconada, casi recostado sobre el faldeo de las sierras chicas, allí construyó un chalet de dos plantas que llamó “La Fermata”. Para los eruditos en música, la fermata es un punto en la ópera, cerca del final donde la música parece detenerse. Para el maestro eso era su campo, un remanso donde el tiempo y el sonido parecían no existir. El lugar era el escondite perfecto para escaparse del ruido de la capital y concentrarse en sus conciertos, estudiando las partituras o prepararse para las próximas presentaciones.
Después de la Segunda Guerra Mundial, a principios de la década del 50, vuelve a Europa cuando le ofrecieron nuevamente el cargo en la Ópera Estatal de Berlín, que se encontraba en la zona rusa de la ciudad, pero al descubrir que para los comunistas no era persona deseable, tal como sucedió con los nazis, renunció sin haber dirigido un solo concierto. Convirtiéndose, entonces, en un director invitado estrella, sin tener un puesto fijo.
Como director fue un pionero de la modernidad, un universalista con visión de futuro, un perfeccionista, un artista de inusual coraje ético y compromiso con los tiempos difíciles que le tocaron vivir.
Kleiber ya no volvería a su tierra adoptiva, murió en Viena de un ataque al corazón, el 27 de enero de 1956, día en que se festejaba el bicentenario del nacimiento de uno de sus ídolos: Wolfgang Amadeus Mozart.
Su casa en Altagracia está como era entonces, al caminar por su jardín uno puede disfrutar del mismo silencio que inspiró sus horas más placenteras.

Fuente: Diario La Nación, 20/9/2006 y Libro “Camino de la Historia”, de Cristian Moreschi.




Bruno Walter, Arturo Toscanini, Erich Klaiber, Otto Klemperer y Wilhelm Furtwängler
Berlín, 1929

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es la primera vez que leo sobre Kleiber lo que escuché en el Museo de Manuel de Falla, en Alta Gracia, Córdoba.
Grandes artistas que pisaron el suelo argentino y que además lo eligieron para vivir.