domingo, 22 de marzo de 2009

Myriam Stefford y Raúl Barón Biza (2da. Parte)

Después de su fastuoso casamiento, tras tres años de vivir en París, el matrimonio regresó a la Argentina. Se quedaron en Buenos Aires, aunque de tanto en tanto viajaban a la estancia, a la que Barón Biza había rebautizado con el nombre de su mujer, y alimentaron las páginas sociales de las revistas porteñas. El diario La Prensa publicó una fotografía de Myriam, “retirada del mundo del espectáculo por expreso pedido de su marido”, en la que se la veía paseando por los jardines de Berlín con un leopardo amaestrado, llamado Gaucho.
Cuando llegaron a Buenos Aires en el verano de 1931, Myriam ya se había olvidado del cine. Vivían en una casona frente a la plaza Francia, en Recoleta, y las cabalgatas por los bosques de Palermo se alternaban con las galas en el Colón, en las que la ex actriz se lucía con pieles y gasas, brazaletes de oro de Cartier y un anillo que llevaba engarzado un diamante de 45 kilates, llamado Cruz del Sur.
Para entonces, la Stefford había empezado a cultivar una pasión que le devoraría la vida: volar.
En solo dos meses había conseguido el brevet de piloto civil y había elegido como instructor a Ludwig Fuchs, un alemán veterano de la Primera Guerra. “Quiero iniciar un vuelo de largo aliento y llegar con mi avión donde nunca llegó otra mujer”, decía. Barón Biza le había regalado un pequeño monoplano biplaza de ala baja, un BFW con motor de 80 caballos construido en madera de pino, y en ese avión, al que había bautizado Chingolo, comenzaría el raid que la llevaría a la muerte.
Al principio, había planeado un vuelo que la conduciría hasta Río de Janeiro, como parte de un proyecto más ambicioso que la convertiría en la primera mujer que uniera en avión Argentina y los Estados Unidos.
Fuchs, sin embargo, consiguió que desistiera del proyecto y que accediera a intentar un itinerario más modesto que uniera las 14 capitales de provincia de la Argentina de esa época.
El 18 de agosto de 1931 el raid comenzó en el aeródromo de Morón, y la primera etapa acabó esa tarde al llegar a Corrientes. Al día siguiente, Stefford y su instructor Fuchs como acompañante viajaron a Santiago del Estero, y la tercera etapa los llevó a Jujuy, donde al aterrizar chocaron contra un alambrado que destruyó parcialmente el avión.
Era una advertencia que nadie hubiera desoído, pero Myriam aceptó el avión que otro piloto, Mario Debussy, le ofreció para continuar, lo bautizó Chingolo II, y desde allí volaron a Salta, Tucumán y La Rioja.
El 26 de agosto de 1931, cuando estaban en camino a San Juan, el motor de la aeronave se paró para siempre sobre los campos de Marayes y se incendió al caer. Ludwig Fuchs y Myriam Stefford murieron instantáneamente. Ella tenía 26 años.
Aunque una pericia policial determinó que el accidente había sido provocado por la limadura de una chaveta en el motor y el mecánico del avión denunció a Barón Biza por el crimen, se decía que estaba celoso de la relación de su mujer con su instructor, nada su pudo probar y la pena del viudo adquirió características monumentales.
A Myriam Stefford la velaron a cajón cerrado en el Centro de Aviación Militar, y al entierro concurrió una multitud. A los pocos días, en el lugar del accidente, su viudo hizo colocar un monolito con una placa que decía en italiano: “Un bel morir tutta la vita onra”. Cuatro años más tarde, pondría en marcha el proyecto de la tumba faraónica.
El lugar elegido para emplazarlo fue su estancia Los Cerrillos, en Alta Gracia, y convocó al ingeniero Fausto Newton y a un centenar de obreros polacos para que pusieran manos a la obra. Seis meses después, cuando estuvo terminado, el monumento era imponente: un ala de avión de hierro y cemento de 85 metros de altura, hueco por dentro, y coronado por una faro.
En la cripta a seis metros de profundidad, Barón Biza hizo colocar los restos mortales de su mujer, y la leyenda dice que metros más abajo, entre los cimientos, una caja de acero donde guardó sus joyas, incluido el diamante Cruz del Sur.
El sepulcro estaba rodeado por cariátides y cubierto por una lápida de mármol negro, donde rezaba: “Maldito sea el que profane esta tumba”. A la entrada del monumento, en una vitrina, estaban el casco de Myriam Stefford, su reloj de vuelo y el timón del Chingolo II, debajo de una losa con la siguiente leyenda: “Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que en su audacia quiso llegar hasta las águilas”.
Raúl Barón Biza puso distancia con el recuerdo de su primera mujer y su tumba faraónica. Se casó de nuevo con Clotilde Sabattini, hija del ex gobernador radical Amadeo Sabattini. Había dilapidado su fortuna, y acabó sus días en Buenos Aires administrando los locales del Pasaje Obelisco, bajo la avenida 9 de Julio.
El 17 de agosto de 1964 le pondría el punto final a la novela de su vida, suicidándose tras una violenta discusión con su ya segunda ex mujer, en la que le había arrojado ácido en la cara.
Sus hijos decidieron por él cual sería su último destino: hoy Raúl Barón Biza está enterrado bajo un olivo, en Los Cerrillos, a metros del ala funeraria donde yacía Myriam Stefford.

Fuente: “Una pareja de película” de Jorge Camarasa



4 comentarios:

priante guillermo eduardo dijo...

Todo lo agregado es de excelente calidad, permitame felicitarlo y alentarlo para que continué en esta linea.
Alta Gracia necesitaba de una pagina en donde buscar su historia.
saludos: Priante Guillermo Eduardo

Anónimo dijo...

realmente me apasiona esta historia y hace meses tras estuve visitando la estancia los cerrillos y me cautivo el imponente monumento que obviamente esta cerrado bajo siete llaves,y al cual tengo curiosidad de entrar algun dia si es que me lo permites,aun siguen alli los restos de miriam steford verdad? o fueron trasladados a otro lugar?

atte
paula

Unknown dijo...

Se puede visitar la estancia

Unknown dijo...

Se puede visitar la estancia