viernes, 7 de enero de 2011

Luis Lima sings Un Ballo in Maschera



Luis Lima

Nació en Córdoba el 12 de septiembre de 1948. Según sus propias palabras empezó a cantar a los 16 años, gracias a una familia italiana que veraneaba en Villa Allende. Cursó sus estudios musicales y de canto en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, ampliándolos luego con Alfredo Bontá y Carlos Guichandut. Posteriormente se trasladó a Europa donde siguió perfeccionando su canto con figuras de la lírica como el tenor Miguel Barrosa y la soprano Gigna Cigna. Debutó en el Teatro San Carlos de Lisboa, en 1974, con un papel bastante ingrato en la ópera Madame Butterfly, pero poco después apareció como auténtico protagonista como Turiddu en Cavallería Rusticana. Desde entonces y por más de treinta años, cantó en casi todo el mundo, pasando por los teatros más exigentes y destacados del mundo de la ópera: el Staatsoper de Viena, La Scala de Milán, el Covent Garden de Londres, el Metropolitan Opera House de Nueva York, La Arena de Verona, el Colón de Buenos Aires. Actuó en Los Ángeles, San Francisco, México, Zürich, Madrid, Caracas, París, Japón, Croacia, Brasil y Grecia.
Ha interpretado los roles principales como tenor, en más de cincuenta óperas, entre las cuales se pueden destacar: Cosi Fan Tutte, La Traviata, Rigoletto, Il Trovatore, Un Ballo in Maschera, Don Carlo, Misa de Requiem de Verdi, La Boheme, Tosca, Madame Butterfly, Fausto, Romeo y Julieta, Manon, Adriana Lecouvreur, Carmen, Los Cuentos de Hoffman y Cavallería Rusticana, entre muchas.
Reconocido por su enorme sensibilidad a la hora de interpretar un personaje, su expresividad e incomparable fraseo en el canto, el tenor cordobés ha compartido escenario con sopranos de incomparable trayectoria como Monserrat Caballé, Mirella Freni, Ileana Cotrubas, Eva Marton, Teresa Berganza, Seiji Ozawa, Federica Von Stade y Katia Ricciarelli. A lo largo de toda su carrera fue dirigido musicalmente por los maestros de mayor jerarquía en el universo operístico, como James Levine y Zubin Metha.
Es por todo esto que ha logrado una notable admiración por parte de los fanáticos de la ópera en aquellos países que son considerados cuna de los grandes compositores de éste género, cosechando premios como el “Aureliano Pertile” y el “Giácomo Lauri-Volpi”, en Italia; el “Toulouse”, en Francia; el “Francisco Viñas”, en Barcelona; y el “Konex de Platino de 1999”, en Argentina.
Anunció su retiro de las tablas en el año 2001, aunque esporádicamente sigue cantando en forma informal. Su vida transcurre hoy en la tranquilidad de Altagracia, dedicado a sus otras pasiones: los caballos y las motos.
Ante la pregunta de cuál en su opinión fue el momento más importante de su carrera, sin dudar responde: “El punto más alto fue venir a cantar en el Teatro Colón en reemplazo de Plácido Domingo justo en la Guerra de Malvinas. Una experiencia única que guardo como la mejor”.
Luis Lima, un lujo que los habitantes de la Ciudad del Tajamar nos damos de tener entre nosotros.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Crónicas en el recuerdo - III

Cada rincón de las serranías cordobesas tiene un encanto diferente. La tradición colonial perdura, y nos trae en su edificación antiguas reminiscencias a medida que se echa a andar por los más diversos senderos.
Nos hemos detenido en Alta Gracia, antigua estancia de los jesuitas, porque es el lugar donde se hallan los matices más interesantes para evocar, no ya la belleza de sus paisajes, sino las líneas sobrias de su templo, la casona que fuera del virrey Liniers, el lánguido Tajamar o el Obraje.
Difícil es pasar por lo que hoy se denomina "zona céntrica", más conocida por "El Bajo", y que está formada por un valle de menor altura, que corre hacia el este desde el Tajamar, y no quedarse extasiado ante los sauces cuyas ramas sostienen sus flecos inclinados en severa reverencia hacia el lago. Desde allí observamos, calle por medio, la casa que habitó el virrey Santiago de Liniers y que los jesuitas construyeron para claustro en 1659.
Ha pasado el tiempo... Ya no trabaja el batán ni la tahona. Ya no lee bajo el arco claustral de su morada el infortunado héroe de la Reconquista. Ya no cruza por el lugar, a galope tendido, el general Paz...
Pocos metros más allá escudriñamos el templo de Alta Gracia, donde pareciera que el tiempo ha quedado detenido. Admiramos su espadaña con las tres campanas, su amplia escalinata con la gran puerta de hierro y su vieja cerradura que jamás albergará a la herrumbrosa llave. Y seguimos por la calle Nieto. Allí, junto al templo, la vereda se estrecha, y el musgo va poco a poco apoderándose, como en un fraternal abrazo, del muro que guarda el sagrado recinto de Nuestra Señora de la Merced. En la otra acera se halla el Obraje, donde los indios, adaptados por los misioneros, eran dedicados a diferentes oficios...
La plaza, como todas las plazas de las ciudades del interior, rodeada de su edificio municipal y el templo. Un busto de José Manuel Solares que se levante en el centro, sobre un pedestal de piedra, perpetúa la memoria del fundador de la villa, que en tiempos de Juan Nieto, primer propietario de esas grandes extensiones de tierra, se denominaron "Potrero de San Ignacio de Manresa", donde se construyeron las primeras casas y ranchos de adobe y paja. José Manuel Solares adquirió esas tierras, según testimonio de Miguel Alfredo Rizzuto, en quince mil pesos, en agosto de 1820, y si extraordinaria fue la labor de los jesuitas en Alta Gracia, generosa y proficua fue la acción de José Manuel Solares, quien ganó el título de benemérito y patriarca, que así lo llamaron sus coetáneos.
Estamos lejos del encanto de los arroyos murmurantes y de los amables rincones donde sauces poéticos o senderos de altos álamos nos ponen en contacto con la naturaleza. El Cañito, Los paredones, el Valle de la Buena Esperanza, conservan aún ese clima de otros tiempos. Seguimos en el centro de la ciudad, ya traspuesta la plaza Solares, donde se levantan a diestra y siniestra grandes casas comerciales con edificios modernos, clínicas, bancos, escuelas y unas salas cinematográficas que ya quisieran para sí muchos de los "habitués" a los espectáculos de la porteñísima calle Lavalle. Allí, Alta Gracia ha perdido su pasado. Vive, febrilmente, el presente, con sus altavoces transmitiendo música de jazz...
Pero dejemos "El Bajo", y pasemos nuevamente por la iglesia y la casa que habitó Liniers. Bien pronto, apenas trasponemos el Tajamar, ascendiendo por una calle ondulante, nos hallamos en "El Alto", obra exclusiva de un visionario que se llamó Carlos Franchini y fundó lo que es hoy Villa Carlos Pellegrini. Allí el pasado se ha borrado totalmente. Sólo el Sierras Hotel, con su construcción de treinta años atrás, mostrándonos las amplias galerías de antes, nos recuerda las construcciones de comienzo de siglo. Porque a un paso de allí, en la avenida Franchini y la avenida Frías, en las adyacencias del citado establecimiento, se pueden admirar las residencias más modernas, realizadas con un sentimiento estético audaz, en medio de ese vergel serrano, donde la naturaleza ha prodigado sus mejores dones y los recuerdos se agolpan a borbotones el evocar a quienes, antes que nosotros, han acariciado en una "puya-puya" al símbolo de la humildad y de la belleza.
SAÚL MORANDO MAZA, Revista Atlántida, Febrero de 1961

lunes, 16 de noviembre de 2009

Don Justo Torres


Quizá la gente altagraciense no lo conozca, pero fue una de esas personas de las que se puede decir que dejan huella al pasar y permanecen siempre en la memoria de los que lo conocieron.
Fue carpintero, minero, herrero, pocero, amante de la arqueología y la investigación. Conoció el Museo Jesuítico más allá de sus cimientos, la casa histórica no tenía secretos para él, ni siquiera bajo tierra. Conocía cada sendero y cada sendero reconocía su paso familiar. El lugar era como su propia casa, auscultaba el terreno, lo olía, lo palpaba, lo saboreaba, lo admiraba.
Don Justo Torres nació y se crió en Alta Gracia, a los once años aprendió el oficio de carpintero junto a su padre, trabajó el hierro, estuvo nueve años sacando mica en San Clemente y otros tantos extrayendo caliza en Los Nogales. Durante esos años aprendió a barrenar y a manejar explosivos. Casado con Juana Ponce, es grande su descendencia: tuvieron nueve hijos.
A mediados de 1971 es llamado y entra a trabajar en el museo con la idea de que no se quedaría nada más que unos días, y esos días se hicieron meses y luego años. Fueron más de treinta los años de su vida en que su alta figura se destacó dentro de los muros jesuíticos transitando día por día y centímetro a centímetro cada rincón de la historia convertida en monumento. No hubo excavación ni descubrimiento en el que no participara. No había muro al cual no le conociera sus secretos. Era el referente al que acudían sus compañeros cuando alguna respuesta se les escapaba: “Pregúntele a don Torres, seguro que él lo sabe”, decían.
Incansable buscador, para los investigadores que hicieron importantes tareas en la que fue la casa de Santiago de Liniers, no hubo mejor colaborador.
Arqueólogo de vocación solía recorrer nuestras serranías buscando pedazos de nuestra historia autóctona. Sostenía a rajatabla que no existió nunca un túnel que uniera nuestra ciudad con la de Córdoba, pero sí tenía el convencimiento de que entre la Casa Histórica y el Obraje había un pasaje subterráneo nunca descubierto.
Don Justo Torres nos dejó en el 2005, para muchos un desconocido, pero los que tuvimos el honor de conocerlo y tratarlo sabemos que es gente como él la que construyó anónimamente la historia de esta querida Altagracia.
Vaya en estas líneas mi sincero y afectuoso homenaje.

Fuente: “Nuevo Sumario”, 27 de septiembre de 2002.-

domingo, 15 de noviembre de 2009

La Virgen de Altagracia

Virgen de Altagracia - Garrovillas de Alconétar (España)
Todos los conocedores de la historia de Altagracia saben que su nombre tiene origen en la devoción que Alonso Nieto de Herrera, segundo propietario de la Estancia, tenía por la Patrona de su tierra natal, Garrovillas de Alconétar, en la provincia de Cáceres, España.
Cuenta la tradición que un día a una humilde pastorcita, cuando cuidaba su ganado, se le apareció una esbelta mujer rodeada de una aureola brillante que le señalaba un lugar entre las rocas. Al contarles esta aparición a sus padres, concurren con ella al sitio y bajo las piedras encuentran la imagen que habría de ser venerada como Virgen de la Altagracia. Con el tiempo, en el lugar, se erigió una pintoresca ermita que data del siglo XV, y que se convirtió en un centro de peregrinación y devoción visitado por miles de personas. Su festividad se celebra el 8 de septiembre.
La Virgen de la Altagracia fue venerada como Patrona en estas tierras, como sabemos, hasta que don José Manuel Solares le dio el Patronazgo bajo su advocación como Nuestra Señora de la Merced.
Pero existe en esta ciudad otro culto a María de Altagracia que me toca muy de cerca, y tuvo su origen a comienzos de los años 80, cuando Rubén Pelaccini, radioaficionado, toma contacto con un colega de República Dominicana quien le consulta por el origen del nombre de la ciudad. Este colega resultó ser Monseñor Hugo Polanco Britos, Obispo de Higüey. Pelaccini lo contacta con la entonces directora del Museo Jesuítico, Noemí Lozada de Solla, iniciándose entre ellos una correspondencia que termina con la visita de Monseñor a Alta Gracia en donde bendice una imagen en mayólica que pusimos, mi señora y yo, en la galería de entrada de nuestra casa, pidiendo en ese momento por el hijo que deseábamos. Era el 26 de noviembre de 1981, ese día nacía un niño que nos fue entregado en adopción, mi hijo mayor Ricardo. Como resultado y culminación de esta historia, un tiempo después, Monseñor Hugo Polanco Britos llegaba en peregrinación con un grupo de dominicanos a nuestro país, traían con ellos dos réplicas exactas del pergamino que diera origen al culto en la gran isla del Caribe. Una la dejaron en la Basílica de Luján, la otra está entronizada en la capilla de Villa Oviedo que pasó a llamarse, por orden del Arzobispo Raúl Francisco Primatesta, de Capilla de la Sagrada Familia a Capilla de Nuestra Señora de Altagracia.
La imagen original venerada en República Dominicana desde hace más de tres siglos tuvo el privilegio de haber sido coronada dos veces, el 15 de agosto de 1922 durante el pontificado de Pío XI, y el 25 de enero de 1979 por Juan pablo II, quien la coronó personalmente durante su visita a Santo Domingo con una diadema de plata sobredorada, regalo personal suyo a la Virgen. En este país la Patrona es la Virgen de la Merced y la de Altagracia es la Protectora del Pueblo. Me pregunto: ¿en nuestra ciudad no podría ser igual?
Nuestra Señora de Lourdes, de Fátima, de la Merced, de Altagracia, son nombres que lleva la Madre de Jesús en nuestra ciudad, pero María es sólo una, y en Ella vemos representado el feliz misterio de su Maternidad Divina.Ésta tiene que ser real y verdaderamente, para nosotros, la ALTA GRACIA.


Virgen de Altagracia - Higüey (República Dominicana)

domingo, 18 de octubre de 2009

Los nombres de mi ciudad


La historia le ha dado muchos nombres a la “Villa de la lacia cabellera del sauzal”. Nombres que se remontan a tiempos anteriores a la llegada del conquistador. Desde esas lejanas épocas, razas, lenguas y culturas se unieron para dar origen a esta ciudad que fuera escenario de acontecimientos históricos y residencia de personajes de renombre tanto nacional como internacional. Altagracia comenzó siendo un paraje para ir convirtiéndose en estancia, villa y, por último, en ciudad.
Algunos de sus nombres, nos dice la escritora e investigadora Jeanette de la Cerda, fueron mera invención de historiadores como “Potrero de San Ignacio de Manresa”, y otros se quedaron en el papel, como “Villa de Mercedes o de la Merced”. Lo real es que cada uno de los nombres está asociado a quienes dieron vida y forjaron esta bella ciudad de Altagracia.
PARAJE DE PARAVACHASCA: El primer nombre con que se conoce data de antes de la llegada del conquistador, cuando un grupo de aborígenes comechingones se asentó en estas tierras llamándola Paravachasca, que en su lengua quiere decir “lugar de monte enmarañado”, hace ya más de dos mil años. Este nombre aparece por primera vez en la merced de tierras que se le concedió a Juan Nieto el 8 de abril de 1588.
POTRERO DE SAN IGNACIO DE MANRESA: Don Juan Nieto fue uno de los primeros vecinos de la ciudad de Córdoba, escribano público y de cabildo, y compañero de don Jerónimo Luis de Cabrera. Recibe estas tierras como premio a su participación en la conquista de las tierras comechingonas, construyendo corrales para el ganado, casas y rancherías; por esto es que se lo considera, a mi criterio erróneamente, fundador de Altagracia, ya que en aquella fecha, 8 de abril de 1588, no se registra haber tenido ninguna fundación. Algunos historiadores afirman que este nombre es inventado; es más, este nombre aparece por primera vez en 1653 en documentos oficiales, pero se trata de tierras ubicadas al noroeste de la Estancia de Altagracia.
POTRERO DE NIETO: El historiador Carlos Page, en su libro “La Estancia Jesuítica de Alta Gracia”, es quien hace figurar este nombre a estas tierras de don Juan Nieto.

ESTANCIA NUESTRA SEÑORA DE ALTAGRACIA: Don Alonso Nieto de Herrera, Procurador y Alcalde Ordinario de Córdoba, habiéndose casado con la viuda de Juan Nieto, es quien hace aparecer por primera vez el nombre de Altagracia e estas tierras en homenaje a la Virgen Patrona de su lugar natal, Garrovillas de Alconetar, en España. Al morir su esposa, siendo su heredero, decide ingresar a la Compañía de Jesús, donando todos sus bienes a los jesuitas el 24 de junio de 1643. La Orden de Loyola fue dueña de la Estancia por 124 años, y en sus manos es cuando logra su mayor brillo y esplendor, convirtiéndose en uno de los centros agrícola, fabril y ganadero más importantes en el sostenimiento del Colegio Máximo de Córdoba. Hasta 1767, año de su expulsión, los jesuitas construyeron el Obraje, el Tajamar, los Paredones, el Molino, la Iglesia y el Claustro, entre otras cosas. Fue tal la importancia de la Estancia que sirvió, junto a la de Jesús María, como dote para la consagración, en 1761, de la recién terminada Iglesia de la Compañía, en Córdoba.



HACIENDA DEL REY, NUESTRO SEÑOR O HACIENDA DE SU MAJESTAD, ALTAGRACIA: Al ser expulsados los jesuitas, la Estancia pasó a ser propiedad del rey Carlos III, y administrada por la Junta de Temporalidades hasta 1773. Desde esa fecha hasta 1810 estuvo en manos de la familia Rodríguez. En este lapso de tiempo, para ser más exacto en 1806, fue alquilada por don José Manuel Derqui alojando en ella a 56 prisioneros de la Primera Invasión Inglesa.
ESTANCIA DE ALTAGRACIA: En el año 1810, alejándose de las intrigas del poder de Buenos Aires, don Santiago de Liniers compra a los Rodríguez la que ya se conoce como Estancia de Altagracia, lugar donde vive apenas cinco meses. Leal al rey de España, se enfrentó a la Primera Junta, es hecho prisionero y fusilado el 26 de agosto de ese año, quedando la propiedad en manos de sus herederos.
VILLA DE MERCEDES: Ante la imposibilidad de mantenerla, los familiares del Héroe de la Reconquista deciden poner en subasta la Estancia en 1820, siendo adquirida por don José Manuel Solares, el benemérito Patriarca de Altagracia, a quien hay que reconocer como el real fundador de nuestra ciudad, y a quien hay que asociar con este nombre, ya que en su testamento dispone:
“11. Dono cuadras a la formación de una villa que dejo a beneficio de los pobres de notoria honradez…
25. Ordeno y mando que la expresada Villa será titulada de Mercedes…”
Solares muere el 23 de agosto de 1868, y los frutos de la Estancia fueron destinados a mantener a su viuda, a la Iglesia y al Patrono de ésta, don Telésforo Lozada, quien fue el albacea testamentario. Desde la muerte de don José Manuel Solares hasta la creación de la Villa en 1899, donde primó el nombre actual, mantuvo los dos nombres: Villa de Mercedes y Estancia de Altagracia.
FINCA DE ALTA GRACIA DE RAFAEL LOZADA: La Testamentaria de Solares vendió la Estancia a don Galo Cámara, al morir éste su viuda, Manuela Lozada, la vende a su hermano Rafael quien se hizo cargo de la deuda. Transferida la Estancia, es en algunos documentos de la época que figura con este nombre.


VILLA Y CIUDAD DE ALTA GRACIA: La Estancia existió como tal hasta el 12 de diciembre de 1899, fecha en que nace como villa, siendo un mes más tarde electo su primer intendente, don Domingo Lepri. En 1908 la inauguración del Sierras Hotel cambiaría la vida en la villa, polo indiscutible del desarrollo de la futura ciudad. Personajes que hicieron historia en política, escritores, artistas, reyes, presidentes, frecuentaron el lugar atraídos por su belleza o por los beneficios de su clima.


Y así fue que en junio de 1940, Alta Gracia es elevada al rango de ciudad, celebrándose el acontecimiento tres meses más tarde en la que se denominó Quincena de Turismo, organizada por la Municipalidad, siendo por entonces intendente el Sr. Héctor Llorens, y que comenzó para las Fiestas Patronales. El diario La Nación en su edición del domingo 22 de septiembre cronicaba: “El martes próximo dará comienzo la Quincena de Turismo que organiza la Intendencia Municipal de Alta Gracia con motivo de la promoción de la simpática e histórica villa a la categoría de ciudad. Ese día se efectuará la tradicional procesión de la Patrona. Luego habrá reuniones sociales, torneos de polo, de tenis, de golf y de bridge, excursiones, fiestas regionales, etc. La Comisión Organizadora anuncia que el Ferrocarril Central Argentino hará correr un tren especial desde Retiro el lunes próximo habiéndose reservado más de 200 pasajes… Además participará una caravana de automóviles de la Capital Federal y Rosario”.

El aborigen, el conquistador, el religioso, el héroe, el patriarca, todos dejaron su impronta en los múltiples nombres que tuvo Altagracia, lo anecdótico es que Altagracia no tiene fecha de fundación oficial, algunos dicen que fue el 8 de abril de 1588 con la merced de tierras a Juan Nieto, otros que fue a partir de la muerte de José Manuel Solares el 23 de agosto de 1868, los menos el 12 de diciembre de 1899 cuando nace como villa. Lo importante es que el nombre Altagracia está el día de hoy en los mapas de todo el mundo, desde que, en diciembre de 2000, la Estancia fuera declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, gracias a la visión e idea originaria de uno de sus últimos ciudadanos ilustres, Noemí Lozada de Solla, y dos altagracienses por adopción, Mario Borio y Lucille Barnes.

martes, 29 de septiembre de 2009

Crónicas en el recuerdo - II

Creo que no hay un hecho más dramático para el desenvolvimiento humano de la vida de los pueblos coloniales, que la expulsión de los seglares de la Compañía de Jesús en América.
La Casa de Alta Gracia participa de ese drama.
La visité, inmensa, señorial, encastillada como una abadía, abierta por la gentileza de su dueño, el señor Alberto Lozada Llanes, un caballero de porte varonil y sencillo, al que encontré vistiendo un poncho a pala, que es la mejor coraza para el frío.
Para llegar a la casa hay que ascender por una escalinata empinada que accede a una explanada y a un claustro. Y en el vasto recibimiento de la vivienda esparcí mi observación hacia todos los ámbitos. Vi bargueños, muebles de sala vetustos, imágenes sagradas y austeros claustros, pesados y abiertos ventanales.
Recibido por el dueño, comencé el paseo y también el inventario de lo que pisábamos y de cuanto se levantaba sobre nuestras cabezas. En el patio del convento se movían los espectros del recuerdo. A poco de explorar, descubrí un reloj de sol grabado en piedra de sapo y enseguida, volviendo los ojos al suelo, advertí un tipo antiquísimo de ladrillo cuadrado. Luego pasé revista por las bóvedas lisas y regulares, desnudas de revoque, tan perfectas que parecen trazadas con un compás, por los arcos de los ventanales y por las piedras irregulares con las que se montan las murallas.
Rodeado de una armonía constante, una serenidad sin interrupción en la arquitectura y una veracidad que no se desmiente, me pregunté cómo había sido esa gente que nos dejó semejante estilo y una versión de la grandeza del alma y de la profundidad de su fe.
El dueño de casa y su esposa agasajaron mi presencia con las más delicadas atenciones, demostrando en sus actitudes para con el visitante, poseer un alma cooperativa y una sensibilidad exquisita para querer y comprender la belleza sentida del monumento y su profundidad tradicional.
Descubrí dentro del vasto y desusado comedor, un precioso armonio que la esposa de Lozada Llanes ejecuta. La señora accedió a mi pedido y llamando a su nieta, una niña, la hizo entonar algunas canciones, acompañándola desde el teclado. La escena parecía un sueño. Doña María del Carmen Barraco y María Esther Solla Lozada, crearon para mí un mundo de belleza digno de los romances de Goethe.
Con ese hechizo me retiré, para ir hacia la estación. Era el ocaso de un domingo en Alta Gracia. Al silbato del tren anunciando la partida, le respondieron las campanas de la iglesia y el eco se repitió en las sierras veladas de niebla y silencio. Aquel escenario de misterio me hizo volver el recuerdo a la casa que dejaba atrás. Un monumento construido en piedra y conservado por el ensueño.


Arturo Cabrera Domínguez, “Diario Córdoba”, 6 de junio de 1954.



José Felipe Buteler, nuestro Cura Gaucho

La familia Buteler está ligada a mi historia familiar. En mi niñez recuerdo que se los nombraba mucho, sobre todo a José Leopoldo y Alfonso María como a los parientes obispos, y es que una hermana de mi abuela paterna estaba casada con uno de sus tantos hermanos, llamado Olegario.
Sus padres se llamaron Diego Buteler Torres y Matilde Martínez, formaron un hogar cristiano y de grandes virtudes. Tuvieron 15 hijos, que bautizaron con los nombres de: Diego Alfredo, José Leopoldo, Justa Matilde, María del Pilar, Olegario (quien contrajo matrimonio con mi tía abuela Delia Lascano Cortés), José Felipe, Virginia Rita María, Clara Ramona, Alfonso María, Eva Rita, Florencia Esther, Antonio Alejandro, Ana Rosa, Gaspar Raúl y Lucía Felipa.
De todos ellos, cinco fueron religiosos: los mencionados José Leopoldo y Alfonso María, quienes llegaron a ser Obispos de Río Cuarto y Mendoza, respectivamente; Justa Matilde, que ingresó a la Congregación de Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús; María del Pilar, que fue religiosa de la Congregación de Adoratrices Argentinas; y José Felipe, nuestro cura gaucho.
El Padre Buteler nació en Los Molinos de Calamuchita el 21 de agosto de 1887. Siendo un adolescente de poco más de doce años, ingresa al seminario en marzo de 1900, ordenándose sacerdote el 2 de diciembre de 1911, a la edad de 24.
Su primer destino fue en el Seminario Mayor, siendo primero Prefecto de Estudios y luego Vicerrector. Desde el 2 de marzo de 1915 hasta el 1 de mayo de 1932, lo encontramos ejerciendo como párroco en Villa Nueva. Allí muy pronto su idiosincrasia halló buena acogida en el vecindario. Lo respetaron y lo quisieron los pobladores del lugar, tanto que cuando debió retirarse, después de 17 años, se la tributó una emocionante despedida. Durante su estada en Villa Nueva logró la construcción de las capillas de Sanabria, Ausonia, La Laguna y del Colegio de las Hermanas Franciscanas.
Y fue así que lo nombraran Vicario Foráneo y Párroco de Altagracia un 25 de abril de 1932. Ésta era una parroquia amplia y difícil, pero de ilimitadas posibilidades, y el Padre José lo sabía, era su terruño, la conocía muy bien, e hizo que reinara la llama de las más puras tradiciones que surgían de él, en todos los ámbitos de su vasta jurisdicción. Se extendía por 100 km desde cerca de Río Segundo hasta el borde de la Sierra de Achala, y 50 km desde Malagueño hasta Santa Rosa y San Agustín.
Comenzó su labor firme, tesonera, sin mayores prisas, pero sin pausa. Fue tanto su celo, tanto su empuje, que fundó doce capillas en el lapso de su función como párroco de este curato. Construyó las capillas de Monte Ralo, Despeñaderos, San Antonio, Rafael García, Lozada, La Serranita, Potrero de Garay, Loma Alta, Champaquí, Villa Oviedo en Altagracia (que terminara nuestro querido Padre Viera, su digno sucesor); amplió y restauró las ya existentes en Cosme y Falda del Carmen, e inició la construcción de las capillas de Anizacate y San Clemente.
De vuelta de celebrar una de las primeras novenas en las sierras, en Loma Alta para ser más exactos, donde a los serranos se les ocurrió realizar un desfile, como un cortejo festivo para saludar el paso de la Patrona, se le ocurrió la idea de formar el Escuadrón de la Virgen, eso sí, todos se tenían que confesar y comulgar para participar de la parada, tenían que hacerlo en orden, sin fumar, sin bulla y vistiendo sus mejores galas. Él insistía que todo el desfile era un regalo para la Virgen. La idea creció, se expandió, y hoy, para la celebración de la Virgen de la Merced, Nuestra Patrona, son más de mil los gauchos que desfilan todos los años, el 24 de septiembre, cortejando a la Santa Madre de Dios en su día.
Firme, erguido, constante, fue difundiendo su acción de apóstol, hecha de renunciamientos, de generosidad, nunca vaciló ante el sacrificio. Lo vieron pasar las sierras, lo vieron los ranchos, lo conocieron todos los senderos. Se sentaba junto a los serranos, los conversaba y los convencía. Atrajo para la Iglesia a esas almas simples que estaban alejadas porque sí, por indiferencia, y los hizo católicos de verdad, piadosos siervos del Señor.
Con su obrar cristianizó la geografía de las sierras.
Enfermó de cáncer y falleció en casa de su hermana Virginia, en Córdoba, el 23 de noviembre de 1948, soportando con entereza una dolorosa y prolongada agonía. Sus restos descansan en el atrio del templo jesuítico.
Junto al Padre Viera, es sin duda uno de los sacerdotes más recordado por la comunidad de Altagracia, que vio en él un ejemplo de austeridad y de ferviente vocación religiosa.

Fuente: “Vida y obra del Pbro. José Buteler”, Recopilación Biográfica de Carola Stodart de García Sorondo.

lunes, 28 de septiembre de 2009

El "Mago" de Altagracia

Oreste Berta fue y es el mejor preparador de motores de toda Argentina.
Nació en Rafaela el 29 de septiembre de 1938, manifestando desde pequeño su afición por la mecánica. Tanto es así que cuando era un colegial de ocho años y concurría a la escuela primaria, en los bolsillos de su guardapolvo no llevaba nada de lo propio a los niños de su edad, él llevaba limas, destornilladores, pinzas y cilindros de motos para preparar en sus horas libres. La historia del “Mago” tiene mil inicios, desde los invencibles motores “Cucciolo” que alistaba antes de los dieciocho años, aquella Ducati 175 cc que le hizo carrera a las mejores motos europeas, los cilindros que fundía junto a su esposa en el comedor de la casa cuando vivía en los Estados Unidos, hasta los Renault de 1965 en adelante y toda la serie de Torinos ganadores y campeones …
Así, con distintos comienzos, la trayectoria de este genio rafaelino se proyectó sobre el futuro con ilimitadas posibilidades.
En su “Fortaleza” de Altagracia, había realizado notables trabajos para el automovilismo argentino con los Renault Gordini, chasis de Fórmula 1 Nacional, Fórmula 2, los Torino y las Liebres de TC y SP; había desarrollado motores, frenos y diseños de caja de velocidades, hasta encarar su máxima aspiración: construir un chasis y motor V8 para la Fórmula 1 Internacional.
Fue cuando el General Juan Carlos Onganía, presidente argentino por aquellos años, lo felicitó por el auto que había construido, le preguntó: “Por qué un auto argentino con motor importado? ¿No podremos tener alguna vez un prototipo totalmente construido en el país, motor inclusive?”
No hizo falta más. Lo que parecía el sueño de un loco se convirtió rápidamente en un juguete mental para el Mago. Primero en una serie de planos. Más tarde, en un serio proyecto. Con el correr de las semanas, en un racimo de piezas sueltas. Y en julio de 1971 en un completo motor de tres litros digno de competir con los europeos, ingresando de esta manera al selecto grupo de los países en los que se construían motores de competición: Inglaterra con Cosworth y BRM, Francia con Matra, Italia con Ferrari y Alfa Romeo y Alemania con Porsche. Habían nacido el Berta V8 y la epopeya del auto y del motor argentino que pasearían por el mundo.
Repasar la vida profesional de Oreste Berta sería largo de describir y existen miles de páginas escritas sobre su persona, aquí lo único que destacaré es que la Universidad Nacional de Córdoba lo distinguió con el título Honoris Causa, valorando una trayectoria de excelencia y confirmando que los conocimientos de este verdadero maestro son imposibles de encerrar en el título universitario de una carrera que no terminó. Además, en 1969, fue declarado Patrimonio Nacional por el gobierno de la República y distinguido como joven sobresaliente por la Cámara Junior de Buenos Aires.
En la actualidad, es miembro titular de la empresa Oreste Berta S.A. que dirige junto a sus hijos, y está dedicada a la preparación de automóviles para competición y al desarrollo de piezas y sistemas para las más importantes terminales automotrices del mundo.
Los aficionados a las tuercas de todo el país, y fuera de él, saben que Altagracia no es un lugar más en el mapa del automovilismo. Nuestra histórica ciudad está orgullosa de contar entre sus habitantes a uno de los más grandes cerebros de la ingeniería del automóvil. Esta tierra de tantos hombres ilustres también atesora entre ellos a Oreste Berta.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Crónicas en el recuerdo - I

Muy renombrados están los alrededores de Córdoba. Desde que por medio del ferrocarril la sierra ha entrado en el reino de la circulación y del tráfico, admírase cada vez más su belleza; y haber ido a Córdoba sin haber visitado la vieja y honrosa Alta Gracia sería pecar de imperdonable incuria... Por medio de un ramal a Río Segundo se halla ligada Alta Gracia a la red del Ferrocarril Central Argentino. La distancia entre estas dos estaciones consta de cerca de 5 leguas hacia el sudoeste... Se llega a una estación situada en un prqueño valle de donde solo se ve una parte mínima del lugar. El pueblo se ha formado en el siglo XVIII; existen muy pocos edificios modernos, la mayor parte de las casas están construídas con pedazos de granito de forma irregular, y se ostentan sin simetría alguna circundadas de maleza y arboledas. Sin embargo hay alojamiento para huéspedes veraniegos. El simpático hotel de F. König puede, en lo que se refiere a cocina y bodega, contentar a los más exigentes; y para la próxima estación se piensa edificar a fin de aumentar el número de habitaciones para los huéspedes. El granito encuéntrase aquí en la superficie en todas partes, a pesar de esto, y gracias a las obras de riego emprendidas por los jesuitas, sobre todo los árboles frutales producen mucho. Un pequeño arroyo, arriba del pueblo, del lado del convento, ha sido transformado en lago, por medio de una represa, cuyo trabajo en aquellos tiempos debe haber sido muy penoso, y éste alimenta los canales de irrigación. El convento, hoy abandonado, es un edificio monumental de poderosas dimensiones, y de una obra de albañilería que aun puede arrostrar muchos siglos para ser comparado a una fortaleza. Todos estos imponentes sitios fueron establecidos bajo la dirección de los padres de los indios, y según parece, debe existir un subterráneo de casi 65 km de extensión hasta la catedral de Córdoba.
Con el deseo que nos fuera permitido vivir un par de semanas, en vez de solo un día en este idílico rincón de la tierra, nos despedimos de Alta Gracia que, seguramente, está destinada a un gran porvenir como paraje sanitario.
(Diario: La Patria, jueves 12 de julio de 1894, año I, número 130)

viernes, 18 de septiembre de 2009

El doctor Ángel Gallardo

Cuenta Cristian Moreschi, en su libro “Camino de la Historia”, que el chalet “Los Espinillos” se hizo famoso por ser el lugar donde vivió la última etapa de su vida Manuel de Falla, y que la fama del compositor opacó a otro gran personaje que vivió en Altagracia, concretamente el que la hizo construir: el doctor Ángel Gallardo.
¿Y quién era este doctor Ángel Gallardo? Fue un destacado científico e investigador en ciencias naturales, y también un hombre público que representó a nuestro país en las más altas esferas.
Nació en Buenos Aires el 19 de noviembre de 1867. Cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de esa ciudad y posteriormente se graduó de ingeniero civil. En sus memorias nos cuenta: “A los seis años comencé por mi cuenta los estudios científicos leyendo hasta aprender de memoria “Las metamorfosis de los insectos” de Maurice Girard, y la “Historia de las hormigas” de Huber. Cuando volvía del colegio observaba las hormigas… mientras comía bizcochos de panadería y naranjas, de las cuales participaban también las hormigas; … comprobé que, en ciertos nidos, había, además de las obreras, otras formas cabezonas (soldados de Pheidole) de las cuales no decían nada los libros… Este descubrimiento me demostró que los europeos no sabían nada de nuestras hormigas y me propuse estudiarlas algún día y escribir un libro que revelara estas novedades”.
Su amor por la naturaleza lo llevó a realizar, desde su juventud, varios viajes a Europa para aprender de grandes personalidades del ambiente científico de su época. Asistió por ejemplo a las primeras a las primeras conferencias sobre radiactividad que eran dictadas por su descubridor Henri Becquerel y por los esposos Curie. También realizó cursos sobre herencia, embriología e historia vegetal. Además asistió a una clase magistral sobre la división celular dictada por Van Tieghem, en el Museo de Historia Natural de París.
Al regresar a la Argentina se doctoró en Ciencias Naturales en 1901, como alumno del doctor Carlos Berg, por entonces director del Museo Nacional, al cual reemplazó interinamente en el cargo en 1897. Tras la muerte de Florentino Ameghino ocupó, en 1912, la dirección del Museo Nacional de Historia Natural. Desde su cargo impulsó las mejoras para las secciones de botánica y paleontología, fomentó las excursiones y gestionó un nuevo edificio para resguardar las valiosas colecciones que se habían logrado reunir a lo largo de los años.
Se dedicó al estudio de los insectos, particularmente de las que eran su pasión: las hormigas. Sostuvo además una hipótesis sobre el proceso por el cual se producía la división celular, la cual fue presentada en la Sorbona de París en 1912. Dicha hipótesis se consideró por años como la explicación más probable de este fenómeno.
Escribió textos de nivel secundario sobre biología, pero entre sus numerosas publicaciones se destacan “Las hormigas en la República Argentina”, con la que concretó su sueño de juventud de publicar un libro al respecto, y “Bipolaridad en la división celular”.
Ocupó altos cargos públicos en la administración y en la diplomacia. Entre 1916 y 1921 estuvo a cargo del Consejo Nacional de Educación, logrando duplicar el número de escuelas nacionales. En 1921 fue embajador en Italia, y entre 1922 y 1928 se desempeñó como Ministro de relaciones Exteriores del gobierno de Marcelo T. de Alvear. Presidió la Sociedad Científica Argentina y la Academia Nacional de Ciencias. Enseñó botánica e historia natural en el Colegio Nacional y fue profesor de zoología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, de la que fue rector en 1932.
Su contacto con Altagracia se debió a, como sucedía en esa época, la necesidad de mejorar la salud de Guillermo, uno de sus hijos, ubicándose con su familia en el Sierras Hotel. La mejoría en la enfermedad lo llevaron a tener su propia casa en Córdoba. Fue así que mandó construir el chalet Los Espinillos, estableciéndose por temporadas enteras, alternando el descanso con la investigación de la flora y fauna autóctona, y sus ocupaciones en la capital, siendo su primer morador famoso. Años después don Manuel de Falla opacó su fama como habitante ilustre de la casa.
El doctor Ángel Gallardo, el señor de las hormigas, muere el 13 de mayo de 1934.
Otro personaje notable que dejó sus huellas en nuestra ciudad.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

ERICH KLAIBER

Mi querida ciudad de Altagracia no deja de sorprenderme. Como en una particular Caja de Pandora, a medida que sondeo en su historia, siguen saliendo una galería de personajes notables que vivieron y disfrutaron de nuestra tierra.
Uno de ellos ocupa el lugar de hoy: Erich Klaiber.
Nació en Viena un 5 de agosto de 1890. Sus estudios los cursó en Praga, y por sus grandes virtudes en 1923 se convirtió en director musical de la Ópera Estatal de Berlín.
En 1926 visitó Buenos Aires como invitado, enamorándose no solo de nuestro país sino de la que fue su esposa y compañera, la estadounidense Ruth Goodrich, a quien le propuso matrimonio en la primera cita, durante un almuerzo en el grill del Hotel Plaza.
Vuelve a la Argentina en 1937, luego de que tres años antes renunciara a su puesto en Alemania, como protesta contra el régimen nazi cuando por decreto censurara y decretara como “arte degenerado”, su puesta en escena de la obra “Lulú” de Alban Berg.
Ya en nuestro país asume como director musical del Teatro Colón, cargo que ocupó hasta 1949, adquiriendo la ciudadanía argentina en 1938, luego de renunciar a la austríaca tras el plebiscito con que Austria se anexó al Tercer Reich.
Fue por su amistad con Manuel de Falla que Kleiber conoce Altagracia quedándose prendado del lugar. Compró un campo de 30 hectáreas camino a La Rinconada, casi recostado sobre el faldeo de las sierras chicas, allí construyó un chalet de dos plantas que llamó “La Fermata”. Para los eruditos en música, la fermata es un punto en la ópera, cerca del final donde la música parece detenerse. Para el maestro eso era su campo, un remanso donde el tiempo y el sonido parecían no existir. El lugar era el escondite perfecto para escaparse del ruido de la capital y concentrarse en sus conciertos, estudiando las partituras o prepararse para las próximas presentaciones.
Después de la Segunda Guerra Mundial, a principios de la década del 50, vuelve a Europa cuando le ofrecieron nuevamente el cargo en la Ópera Estatal de Berlín, que se encontraba en la zona rusa de la ciudad, pero al descubrir que para los comunistas no era persona deseable, tal como sucedió con los nazis, renunció sin haber dirigido un solo concierto. Convirtiéndose, entonces, en un director invitado estrella, sin tener un puesto fijo.
Como director fue un pionero de la modernidad, un universalista con visión de futuro, un perfeccionista, un artista de inusual coraje ético y compromiso con los tiempos difíciles que le tocaron vivir.
Kleiber ya no volvería a su tierra adoptiva, murió en Viena de un ataque al corazón, el 27 de enero de 1956, día en que se festejaba el bicentenario del nacimiento de uno de sus ídolos: Wolfgang Amadeus Mozart.
Su casa en Altagracia está como era entonces, al caminar por su jardín uno puede disfrutar del mismo silencio que inspiró sus horas más placenteras.

Fuente: Diario La Nación, 20/9/2006 y Libro “Camino de la Historia”, de Cristian Moreschi.




Bruno Walter, Arturo Toscanini, Erich Klaiber, Otto Klemperer y Wilhelm Furtwängler
Berlín, 1929

martes, 15 de septiembre de 2009

Andrés Piñero


Andrés Gregorio de las Mercedes Piñero, tal su nombre completo, nació en Córdoba el 12 de marzo de 1854. Sus primeros años de estudio los cursó en el colegio Monserrat, siendo condiscípulo de otro grande de la pintura cordobesa, Genaro Pérez. Entre estas antiquísimas paredes hizo sus primeras aproximaciones al dibujo, despertando sus ambiciones de crecer en el arte. No cursó estudios universitarios, se dedicó al comercio junto a su padre, adquiriendo una sólida fortuna que le sirvió para dedicarse a su verdadera pasión, la pintura.

En 1881, con el jesuita José Bustamante, fundó el "Taller de la Sagrada Familia". En 1913, durante el gobierno de Ramón J. Cárcano, integró la Comisión de Bellas Artes junto, entre otros, a Octavio Pinto, Emilio Carafa y Hugo del Carril. En 1915, aportó su entusiasmo y gran voluntad a la labor de la Academia de Bellas Artes.

Su profunda raigambre cordobesa se reflejó en sus paisajes y en sus retratos de personajes serranos. Obras como "Escena de campo", "Viejo Portal", "Paisaje de Alta Gracia", "Iglesia de Alta Gracia", "Cementerio de Alta Gracia", lo demuestran. Como buen cordobés, no ocultó sus profundos sentimientos religiosos y los expresó en grandes óleos, algunos de los cuales adornan la iglesia de San Francisco, y otros, la iglesia de la Compañía de Jesús.

Este misticismo tan particular tuvo un canal de expresión en algunas telas como en la que retrata a su familia, en la misma aparecen junto a los miembros vivos, los muertos identificados con un resplandor blanquecino especial y transparente. Esta pintura se encuentra en el Museo de la Ciudad de Alta Gracia.

Contrariamente a muchos de sus contemporáneos, no presentó sus obras en otros escenarios, ni se preocupó por lograrlo, su verdadero placer era exponerlas entre sus coterráneos para que las disfrutaran.

Alta Gracia fue muchas veces motivo para su paleta, ya que vivió en la casona que hiciera construir su padre, conocida como "casa de los Cafferatta", y que es la actual Casa de la Cultura en nuestra ciudad.

Fue un artista capaz de enternecer, de mistificar en sus grandes óleos religiosos, de honrar a su familia en retratos plenos de vida, en fin un empeñoso trabajador del arte, capaz de renunciar a las mieles del éxito, porque su éxito estaba en realizarse acá en su suelo donde se afirmaban sus raíces.

Don Andrés Piñero murió en 1942. Su casa en Alta Gracia conserva el alma de este artista que pintó nuestros paisajes serranos con auténtico sentimiento cordobés.
Fuente: "Andrés Piñero, cordobés de pura cepa", de Nilda Beatriz Moreschi. Artículo publicado en el libro "II Jornadas de Historia de los Pueblos de Paravachasca, Calamuchita y Xanaes"

"Escena de Campo", óleo de Andrés Piñero

lunes, 14 de septiembre de 2009

Padre Domingo Viera

Nació un 15 de julio de 1910, vivía en un paraje llamado San Antonio, 30 km al oeste de Villa Cura Brochero, entre lomadas y llanos. Sus padres fueron Mariano Viera y Teresa Camus, fue el menor de ocho hermanos: Ángel Rafael, Margarita Luisa, Vicente, María Teresa, Filomena, Miguel Horacio, Griselda y él, Domingo.
Decía que siempre había pensado que el Cura Brochero le había alcanzado de Dios la Gracia y la Luz de su vocación religiosa. Y así fue que a los quince años, el 7 de abril de 1926, entró al seminario, y el 18 de septiembre de 1937 se ordenaba sacerdote.
Su primer destino fue como Vicario Cooperador en la Parroquia de Santa Rosa de Río Primero, por extraña casualidad lugar natal de su admirado Cura Gaucho, el 5 de febrero de 1938. Cuatro años después, el 10 de mayo de 1942, fue designado párroco en San Agustín. Allí fue que su madre que vivía con él, y lo siguió haciendo hasta que murió en 1966, toma a su cuidado a quien sería como su hermano menor: Hugo Ricardo Sánchez, “Neco”, como todos lo conocimos, quien lo acompañó toda su vida.
Siete años estuvo en San Agustín hasta que el 9 de enero de 1949 tomaba posesión de la Parroquia Nuestra Señora de la Merced en Alta Gracia. Le tocaba reemplazar a un gigante, el Padre José Buteler, hecho que en alguna medida lo condicionó, ya que era un personaje de una personalidad y potencia intelectual y espiritual tan fuerte que cuando Monseñor Laffite le dijo que lo designaba párroco de Alta Gracia, le hizo exclamar: “¿Y qué voy a hacer yo a Altagracia, donde ha estado un Rey, como el Padre Buteler?” Pregunta a la que el Obispo respondió: “¡con tu sencillez vas a ser igual o más que tus antecesores!”.
Hablar del Padre Viera es hablar de abnegación, desinterés, entrega total . Durante los años de su misión no dejó a un lado a toda persona que lo haya llamado, ya sea de día o de noche siempre acudía. Su entrega a los demás fue siempre la meta de su vida por lo que, a pesar de tener tanto trabajo en una comunidad tan grande siempre se la arregló para multiplicarse y estar en todos lados. No solo estaba en las tareas de la Parroquia, nunca dejó de abandonadas a las capillas de las sierras a las que iba a caballo, mula, en su viejo Ford, y hasta a veces a pie. Una faceta de su personalidad a destacar era su simpatía y buen humor permanente, aún ante el dolor y las dificultades mayores. Sus famosos “cuentos”, que no existe ninguna persona que haya tenido el placer de compartir un rato con él que nos los haya escuchado. Su sonrisa, su palabra de aliento y esperanza siempre con los demás. Su optimismo aún después de haber soportado muchas intervenciones quirúrgicas que fueron debilitando su salud. Vivió siempre en contacto con la necesidad, con la pobreza, transmitió humildad, alegría, seguridad, siempre bajo el ala de una fe profunda e inquebrantable que no lo dejó caer, ni siquiera tropezar, a pesar de muchas cosas no siempre agradables que le tocaron vivir.
Una vida y una actividad como la del Padre Viera no puede ni debe perderse en el olvido. Cuando una vida se constituye en un ejemplo digno de ser vivido y de ser emulado, debe ser rescatada por los contemporáneos que tuvieron y tienen la felicidad de disfrutar de ese privilegio y transmitirla a la posteridad para que se multiplique en alimento y ayude a la salvación de los hijos y nietos que vienen detrás nuestro.
Todas las generaciones de altagracienses tienen la obligación moral de recoger su concepto de vida, su sentido de Dios, su visión de hombre, la conciencia de la responsabilidad, el ejemplo de su dignidad y de su moral, su humildad y servicio brindado por amor a Dios y al prójimo…
Los que hacen de su vida historia, aunque jamás hayan tenido esa intención, deben ser conocidos por la posteridad y valorados en el contexto en que desplegaron sus virtudes.
En el final de esta breve reseña de este pequeño gran hombre, transcribo parte de las palabras finales de su autobiografía:
“¡Cómo no voy a dar gracias a Dios que a lo largo de tantos años me ha colmado de bendiciones y gracias, entre ellas la mayor y más maravillosa, la de haberme hecho participante de su sacerdocio eterno, haciéndome Sacerdote y Ministro suyo en la transmisión de su mensaje de salvación y administrador de su gracia en los Sacramentos!”.



Fuente: "Recuerdos del Rvdo. Padre Domingo Viera", por Orlando Sixto Perez

miércoles, 15 de julio de 2009

Pepe

Hace unas horas el sol se ha levantado, redondo y brillante como una gran bola de fuego. Es un día muy frío de julio y en el Tajamar, como ocurre a diario, pasa la gente rumbo al centro a realizar sus trámites o compras, o los jóvenes se juntan aprovechando el receso escolar de invierno a tomar mate y charlar. Algunos turistas se pasean sacándose fotos en el histórico predio.
Y allí lo veo, sereno, sentado, apoyado contra un árbol. Lee un diario viejo, paso a su lado y lo saludo: “¡Hola!”, y me responde: “¡Hola, muchacho! ¿cómo estás, cómo andan tus cosas?”.
Tiene una barba profusa y muy canosa y una gorra que esconde su larga cabellera, también grisácea por las canas. A su lado están las bolsas que transporta siempre como un preciado tesoro, vaya donde vaya, ellas van con él.
Cuando yo lo conocí era acomodador en el viejo cine Monumental, alguna vez, cuando la función era de dos películas, me dejó entrar gratis a ver la segunda, disimulado entre la gente que salía en el intervalo.
Tenía una casa cuyo interior destruyó un voraz incendio hace unos años, en lo que quedó de ella se refugia todas las noches para protegerse de las inclemencias del tiempo.
Es un personaje particular, bohemio y filósofo. Alto, flaco, movedizo, siempre saluda a la gente que pasa. Los fines de semana se lo ve mezclado entre la gente que pulula por el lugar. Le gusta mucho hablar y frente a quien quiera oírlo él reconstruye su pasado pleno de recuerdos y nostalgia.
Es difícil encontrar a aquel que fue entre los gestos cansados de su rostro, es difícil adivinar que fue lo que lo llevó a esta vida de la que quizá no salga o de la que quizá no quiera salir. En su mal se consuelan los tontos, lo condenan los engreídos, lo olvidaron los que lo han querido. Guardián ad honorem del Tajamar histórico, pocos saben su filosofía y pocos saben lo que es su vida. Vida que será así hasta el último minuto en el que lo lamentaremos los que lo conocimos.
Para nosotros, para todos, es simplemente PEPE…..

viernes, 26 de junio de 2009

Los encantos de mi ciudad


El Parque García Lorca nevado


Altagracia, mi ciudad, lugar donde los que vengan a visitarla se encontrarán con rincones donde la naturaleza serrana los espera con todos sus encantos. El arroyo Chicamtoltina, su afluente el Caocamilín, el Primer Paredón Jesuítico, la Gruta de Lourdes y el Parque Federico García Lorca, son sólo algunos de los atractivos que mi tierra ofrece a quienes deseen disfrutar de la paz del paisaje.

Tomando como punto de partida la Plaza Manuel Solares, y deseando llegar hasta una de estas bellezas, bastará con que bordeen el Tajamar y suban por cualquiera de las calles hacia el oeste.

El canto de los pájaros y el correr del agua, enmarcados por el cinturón azul de las sierras son aquí un verdadero regalo para los ojos.

El Chicamtoltina recorre la ciudad de oeste a este, a sus riberas las familias, los jóvenes y los no tanto, los amigos, se juntan en cualquier época de año a compartir el asado o el mate con su correspondiente guitarreada.
Desde la terminal de ómnibus, siguiendo hacia el poniente se encuentra el Santuario de Lourdes, un enorme socavón natural en la piedra que fue el lugar elegido, a principios del siglo pasado, por doña Delfina Bunge de Gálvez, esposa del conocido escritor Manuel Gálvez, para honrar a la Virgen que, según cuentan, salvó la vida de su pequeña hija gravemente enferma. Doña Delfina había prometido erigir un santuario similar al que posee Nuestra Señora en Francia, y así lo hizo.
Desde entonces miles de fieles llegan hasta la Gruta, en especial el 11 de febrero en que tiene lugar la celebración en Lourdes. Hasta allí llevan sus súplicas y agradecimientos en una multitudinaria muestra de fe que se renueva año tras año, convirtiéndolo en uno de los santuarios más importantes del país.

Avanzando por el mismo camino, un poco más adelante encontramos una hermosa cascada y un diquecito construído por los jesuítas como parte del sistema de riego que abastecía a la Estancia de Altagracia. Allí se represaba el agua que, a través del arroyo, llegaba finalmente al Tajamar desde donde se distribuía hacia las quintas.

Otro ejemplo de la obra de la Orden de Loyola que puede apreciarse ahí mismo, es la antigua hornilla donde se quemaba la cal utilizada para levantar las obras declaradas Patrimonio de la Humanidad en el año 2000.
Altagracia, la de "la lacia cabellera del sauzal", sigue enamorando con sus encantos.

viernes, 5 de junio de 2009

Los esclavos negros en la historia de nuestra ciudad

“Conocer las propias raíces es un derecho de todo pueblo y de todo individuo, y las raíces de muchos ciudadanos altagracienses se hunden en lejanas tierras africanas. Ellos han seguido el destino común de la mayoría de los argentinos: son hijos de los mares, pero para su desgracia sus barcos fueron barcos negreros; de ahí que se los haya condenado a la desaparición de la memoria colectiva. Es deber de la sociedad toda devolverles su pasado.” (Jeannette de la Cerda).
A nuestra ciudad de Altagracia, uno de los íconos que la distinguen es la Torre del Reloj Público, monumento erigido en 1938 para conmemorar el cincuenta aniversario en que Manuel Solares cediera tierras “a los pobres de notoria honradez”, dando origen a la población. El monumento ostenta en cada una de sus aristas las alegorías de lo que entonces se consideró los tipos humanos que habían conformado los orígenes de la ciudad: el conquistador, el misionero, el indio y el gaucho. Sin embargo, el negro esclavo que estuvo presente en la historia de nuestra ciudad no está, a la torre le falta el negro.
No deja de sorprenderme que el tema de la existencia de personas de raza negra sea desconocido para la mayor parte de la población.
La historia comienza con la merced de tierras concedida a Juan Nieto el 8 de abril de 1588, tierras conocidas como Paravachasca. En su época no hay datos que consignen la presencia de esclavos negros en la futura ciudad del Tajamar. Pero se podría afirmar que participó en el comercio de esclavos dada su condición de escribano.
Recién en 1643 con la carta de donación a la Compañía de Jesús por el segundo dueño de la estancia, Alonso Nieto de Herrera, se dice que los hay en las tierras que eran de su propiedad.
Con los jesuitas, la estancia se convertiría en un centro agrícola, fabril y ganadero, cuya producción era destinada al mantenimiento del Colegio Máximo de Córdoba y las misiones guaraníes. La principal mano de obra la constituyeron los negros esclavos quienes desarrollaron las tareas que demandaba la explotación de la estancia. En 1718 había 187 esclavos, registrándose el pico más alto, 291, en 1769, cuando las instalaciones estaban bajo la tutela de la Junta de Temporalidades, luego de la expulsión de los jesuitas en 1767.
Los negros esclavos eran mayoría en la estancia, a diferencia de los indígenas cuyo número nunca sobrepasó de 50. Fueron el soporte económico en los puestos, en los telares, en la huerta, en el transporte de las carretas de bueyes que llevaban los productos a los diferentes destinos, fueron además el servicio doméstico. Trabajaron en la herrería, en el molino, produjeron vino, hornearon ladrillos, fabricaron muebles y carretas, y hasta participaron de la construcción de los edificios.
A partir de 1772 comienza una venta masiva de esclavos reduciéndose de a poco su presencia en Alta Gracia. En el censo de 1778, primero de lo que es la actual Argentina, se establece que de 304 personas que vivían en la estancia el 32,6%: 99, eran esclavos y 16,8% eran mulatos o pardos. Había solo dos indios y el resto, es decir el 50%: 152, eran blancos. Estos datos nos indican la importancia del grupo de origen africano (49,4% de la población total), la afirmación del escaso peso demográfico del indio y su menor importancia como mano de obra en comparación con los afrodescendientes.
Cuando Manuel Solares, virtual fundador de la llamada Ciudad del Tajamar, compra la estancia, todavía existían esclavos aunque en proporción mucho menor, ya que de los 333 habitantes, el 62% era de origen negro, pero sólo el 5% era esclavo. Ya no hay indios puros y los blancos representan el 38%. Las cifras nos indican la supremacía de la raza negra y sus mestizaciones frente a la blanca.
Al realizarse el censo de 1840, en la estancia, que aún era propiedad de Manuel Solares, solo el 1% de los censados son esclavos, los libres constituyen el 47% de la población y ya no hay indios. Los blancos son el grupo mayoritario con el 52%. A partir de esta fecha se inicia un declive constante en el número de esclavos, se puede llegar a decir que a partir de 1840 ya no hay más esclavos en la Estancia de Alta Gracia.
Debemos rescatar entonces el pasado, para reivindicar, como un mandato de la historia para nosotros, para las próximas generaciones, el protagonismo de los afroargentinos en nuestra ciudad, para gloria de ellos, de sus descendientes y de toda la sociedad altagraciense.

jueves, 28 de mayo de 2009

Prisioneros ingleses en la Estancia Jesuítica

Años antes de que Santiago de Liniers se radicara en estas serranías, ocurrió un hecho singular en Altagracia: En la antigua estancia jesuítica vivieron, al menos por dos años casi, 56 prisioneros ingleses.
El 12 de agosto de 1806 las milicias el mando de Liniers, reconquistaron la ciudad de Buenos Aires. Tras aquella primera invasión, fue tomado prisionero un gran número de soldados británicos que estuvieron alrededor de dos meses allí, pero a los porteños no les hacía ninguna gracia tenerlos cerca, en parte porque temían que si ocurría un nuevo ataque, los presos podían ser liberados. Así fue que ese mismo año, el Cabildo decidió el inmediato traslado de unos 1500 prisioneros a distintos puntos del interior del país. De esta manera fueron instalándose en Santiago del Estero, Tucumán, La Rioja, Catamarca, Salta, y por supuesto Córdoba, donde se los ubicó en distintas estancias jesuíticas. En esa época, la vieja residencia de los padres estaba arrendada a Manuel Derqui, y se cuenta que hasta allí llegaron 56 prisioneros y que el entonces arrendatario sobró entre 10 y 18 pesos por cada uno de ellos. Los libros hablan de una suma de 1254 pesos ingresados a la estancia en abril de 1807 y de 1335 pesos en mayo.
También se sabe que lo cabos fueron alojados en la planta baja de la ahora histórica casona, y los soldados en la ranchería y los puestos campestres.
Lejos de la antipatía manifestada por los porteños por quienes los habían invadido, se dice que los habitantes de Altagracia los recibieron casi como visitantes privilegiados. Según cuenta Carlos Page, los ingleses tenían sueldos, hacían compras, establecieron comercios, realizaban libres paseos a caballo por los alrededores y fueron invitados a muchas fiestas. Hay noticias de un casamiento entre una mujer que trabajaba al servicio de Derqui y un inglés. Dicen que el prisionero se convirtió al catolicismo y que incluso comenzó a trabajar la tierra con algunos compañeros.
No falta la leyenda que narra el trágico destino de aquel soldado, pues cuentan que conocida su liberación en 1808, y ganado por el llamado del mar y de su tierra natal, el hombre quiso escapar dela vieja estancia pero en su corrida fue alcanzado por un certero disparo. Habría sido su suegro el encargado de poner fin a la deshonra de la joven esposa. El mito dice que el inglés cayó junto al paredón del tajamar y que algunas noches aún se escuchan su lamento y el de su mujer entre el agua del estanque y el antiguo muro.

El Dr. Arturo Lorusso


El doctor Arturo Lorusso nació en Buenos Aires en 1884. Hijo de un ingeniero italiano que había llegado al país enviado por el rey Humberto I en un intercambio profesional con Argentina, se graduó de médico en la Capital Federal.
Ya en su etapa de universitario comenzó a aparecer su perfil de artista y escritor. Se costeó la carrera escribiendo en la revista "Caras y Caretas"; en esos primeros cuentos apelaba a la sátira como antesala a la carcajada, prescindiendo de los tonos agresivos.
El doctor Lorusso llegó a Altagracia en 1921 a pasar unas vacaciones por sugerencia del profesor Tronghé, quien le había recomendado el lugar. El encanto de esta villa serrana y la magia de sus paisajes ejercieron en él una influencia tan poderosa que se quedó a vivir definitivamente en la ciudad.
Este médico rural gustaba de la buena charla con sus pacientes, en su mayoría pobres, a los que no sólo les evacuaba las consultas sino que les daba los remedios gratis.
Solía decir: "Hay dos clases de enfermedades: las que se curan y las que no se curan. Y dos clases de enfermos, los que lo están porque tienen mucho dinero para enfermarse y los que lo están precisamente porque no lo tienen". Altruista y bondadoso, siempre vivió rodeado de amigos.
Fue un destacado hombre del radicalismo. Solía conversar seguido con Hipólito Irigoyen cuando se alojaba en el Sierras Hotel, y mantenía también una estrecha amistad con Marcelo T. de Alvear.
Cuentan que una vez apareció en el comité local con Irigoyen, a quien llevaba tomado del hombro. Irigoyen sugirió a los correligionarios que el presidente del partido en el departamento debía ser el doctor Arturo Lorusso; semejante aval. sumado a la consideración que los radicales le tenían, lo convirtieron rápidamente en la máxima autoridad partidaria de la zona.
Altagracia, además de cautivarlo, fue motivo de inspiración para su actividad como escritor. Enrolado dentro de la novela regional y de costumbres, su genio siempre vivo produjo obras que no tardaron en ser un éxito del cine argentino.
En 1936 ganó el Segundo Premio Nacional de Literatura porsu novela "Fuego en la montaña", llevada al cine en 1943 con guión de José Ramón Luna, Carlos Torres Ríos y Arturo Lorusso. Algunas de las escenas de la película se filmaron en Altagracia. Los protagonistas fuern Florén Delbene y Aída Alberti, entre otros.
Su libro "Mandinga en la sierra", escrito en colaboración con Rafael de Rosa, motivó la realización de una película con el mismo nombre. Interpretada por Luisa Vehil y Nicolás Fregues, se estrenó el 7 de marzo de 1939.
Duilio Marzio, Fernanda Mistral y Mario Soficci protagonizaron "El curandero", el argumento era de Arturo Lorusso.
Fue autor de numerosas obras teatrales, entre ellas, "La botica de enfrente", "La ínsula de don Felino" y "Un negocio redondo", y hasta escribió un tango que grabó Agustín Magaldi titulado "Mama llevame pa'l pueblo".
El Dr. Arturo Lorusso vivió en Altagracia casi treinta años. Murió el 14 de marzo de 1947 en la ciudad que amó y que inspiró cada una de sus creaciones.
Fuente: Cristian Moreschi

miércoles, 27 de mayo de 2009

El Pacto de Alta Gracia

Ubicada en el paso obligado entre el este y el oeste, la antigua propiedad de los jesuitas quedó en el fuego cruzado entre unitarios y federales, por lo que fue víctima de saqueos y depredaciones.
Alfredo Rizzuto, en su "Historia y evocación de Alta Gracia" narra: "En tiempos de Rosas, las tropas federales asaltaron y trataron de quemar la villa dejando - como él decía - nada más que los calicantos del monumental edificio, por no haber podido cargar con ellos los invasores".
En su libro "Alta Gracia, 400 años de historia", el cronista Oscar Ferreyra Barcia, destaca un singular acontecimiento ocurrido el 16 de abril de 1830, que, según el relato, tuvo trascendencia nacional.
Se trató del llamado "Pacto de Alta Gracia", propiciado por el entonces gobernador de Córdoba, General José María Paz, que frecuentemente visitaba a su amigo Manuel Solares, dueño de la estancia, quien le ofreció las instalaciones de su propiedad para tan magno acontecimiento.
Tras la celebración del pacto de Pilar en 1820, en nuestro país se comenzaron a reorganizar las autonomías locales, este hecho dio inicio a la creación de Cartas Fundamentales o Estatutos, y por otro lado, a tratados, pactos, convenciones o acuerdos de diferentes características, algunos eran de alianza ofensiva o defensiva, otros de paz, amistad y cooperación, fijación de límites, etc.
El Pacto de Alta Gracia, firmado el 16 de abril de 1830 entre Córdoba y San Juan, fue precisamete de paz, amistad, alianza ofensiva y defensiva. Los gobernadores eran el General José María Paz y Jerónimo de la Rosa, respectivamente.
Entre sus principales artículos el gobierno de San Juan se comprometía a liberar a todos "los cordobeses y vecinos de la Provincia de Córdoba que durante la presente guerra han sido arrancados de sus hogares y conducidos a dicha provincia de San Juan". Otro punto fijaba una amnistía general para todos los emigrados y desterrados de estas provincias. Se determinó asimismo licenciar a todas las tropas que no fueran de absoluta necesidad. En relación con la economía, quedó libre el comercio entre ambas provincias.
Otro escritor cordobés, Gontrán Ellauri Obligado, opinaba sobre el hecho: "Poco después, como consecuencia del Pacto de Alta Gracia, el 11 de agosto de 1830, se ajustaba un pacto de unión y alianza entre Córdoba, San Luis, Mendoza, San Juan, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y La Rioja, mediante el cual al General Paz se le confería el supremo poder militar de las fuerzas de línea y milicias de dichas provincias, hasta la instalación de la autoridad nacional". El mismo autor opina que este pacto "es uno de los premisores de nuestra Carta Magna actual, que fuera elaborada recién después de Caseros (1853)..." y mejorada con el Pacto de San José de Flores en 1859 con el ingreso de la provincia de Buenos Aires.
El Pacto de Alta Gracia, un hito en la historia nacional que los altagracienses debemos conocer y recordar.