jueves, 19 de noviembre de 2009

Crónicas en el recuerdo - III

Cada rincón de las serranías cordobesas tiene un encanto diferente. La tradición colonial perdura, y nos trae en su edificación antiguas reminiscencias a medida que se echa a andar por los más diversos senderos.
Nos hemos detenido en Alta Gracia, antigua estancia de los jesuitas, porque es el lugar donde se hallan los matices más interesantes para evocar, no ya la belleza de sus paisajes, sino las líneas sobrias de su templo, la casona que fuera del virrey Liniers, el lánguido Tajamar o el Obraje.
Difícil es pasar por lo que hoy se denomina "zona céntrica", más conocida por "El Bajo", y que está formada por un valle de menor altura, que corre hacia el este desde el Tajamar, y no quedarse extasiado ante los sauces cuyas ramas sostienen sus flecos inclinados en severa reverencia hacia el lago. Desde allí observamos, calle por medio, la casa que habitó el virrey Santiago de Liniers y que los jesuitas construyeron para claustro en 1659.
Ha pasado el tiempo... Ya no trabaja el batán ni la tahona. Ya no lee bajo el arco claustral de su morada el infortunado héroe de la Reconquista. Ya no cruza por el lugar, a galope tendido, el general Paz...
Pocos metros más allá escudriñamos el templo de Alta Gracia, donde pareciera que el tiempo ha quedado detenido. Admiramos su espadaña con las tres campanas, su amplia escalinata con la gran puerta de hierro y su vieja cerradura que jamás albergará a la herrumbrosa llave. Y seguimos por la calle Nieto. Allí, junto al templo, la vereda se estrecha, y el musgo va poco a poco apoderándose, como en un fraternal abrazo, del muro que guarda el sagrado recinto de Nuestra Señora de la Merced. En la otra acera se halla el Obraje, donde los indios, adaptados por los misioneros, eran dedicados a diferentes oficios...
La plaza, como todas las plazas de las ciudades del interior, rodeada de su edificio municipal y el templo. Un busto de José Manuel Solares que se levante en el centro, sobre un pedestal de piedra, perpetúa la memoria del fundador de la villa, que en tiempos de Juan Nieto, primer propietario de esas grandes extensiones de tierra, se denominaron "Potrero de San Ignacio de Manresa", donde se construyeron las primeras casas y ranchos de adobe y paja. José Manuel Solares adquirió esas tierras, según testimonio de Miguel Alfredo Rizzuto, en quince mil pesos, en agosto de 1820, y si extraordinaria fue la labor de los jesuitas en Alta Gracia, generosa y proficua fue la acción de José Manuel Solares, quien ganó el título de benemérito y patriarca, que así lo llamaron sus coetáneos.
Estamos lejos del encanto de los arroyos murmurantes y de los amables rincones donde sauces poéticos o senderos de altos álamos nos ponen en contacto con la naturaleza. El Cañito, Los paredones, el Valle de la Buena Esperanza, conservan aún ese clima de otros tiempos. Seguimos en el centro de la ciudad, ya traspuesta la plaza Solares, donde se levantan a diestra y siniestra grandes casas comerciales con edificios modernos, clínicas, bancos, escuelas y unas salas cinematográficas que ya quisieran para sí muchos de los "habitués" a los espectáculos de la porteñísima calle Lavalle. Allí, Alta Gracia ha perdido su pasado. Vive, febrilmente, el presente, con sus altavoces transmitiendo música de jazz...
Pero dejemos "El Bajo", y pasemos nuevamente por la iglesia y la casa que habitó Liniers. Bien pronto, apenas trasponemos el Tajamar, ascendiendo por una calle ondulante, nos hallamos en "El Alto", obra exclusiva de un visionario que se llamó Carlos Franchini y fundó lo que es hoy Villa Carlos Pellegrini. Allí el pasado se ha borrado totalmente. Sólo el Sierras Hotel, con su construcción de treinta años atrás, mostrándonos las amplias galerías de antes, nos recuerda las construcciones de comienzo de siglo. Porque a un paso de allí, en la avenida Franchini y la avenida Frías, en las adyacencias del citado establecimiento, se pueden admirar las residencias más modernas, realizadas con un sentimiento estético audaz, en medio de ese vergel serrano, donde la naturaleza ha prodigado sus mejores dones y los recuerdos se agolpan a borbotones el evocar a quienes, antes que nosotros, han acariciado en una "puya-puya" al símbolo de la humildad y de la belleza.
SAÚL MORANDO MAZA, Revista Atlántida, Febrero de 1961

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente como siempre, es un placer y hermoso paseo recorrer este espacio, te saludo con un gran abrazo.
Felicitaciones por el sitio.
Priante, Guillermo Eduardo.