Nació un 15 de julio de 1910, vivía en un paraje llamado San Antonio, 30 km al oeste de Villa Cura Brochero, entre lomadas y llanos. Sus padres fueron Mariano Viera y Teresa Camus, fue el menor de ocho hermanos: Ángel Rafael, Margarita Luisa, Vicente, María Teresa, Filomena, Miguel Horacio, Griselda y él, Domingo.
Decía que siempre había pensado que el Cura Brochero le había alcanzado de Dios la Gracia y la Luz de su vocación religiosa. Y así fue que a los quince años, el 7 de abril de 1926, entró al seminario, y el 18 de septiembre de 1937 se ordenaba sacerdote.
Su primer destino fue como Vicario Cooperador en la Parroquia de Santa Rosa de Río Primero, por extraña casualidad lugar natal de su admirado Cura Gaucho, el 5 de febrero de 1938. Cuatro años después, el 10 de mayo de 1942, fue designado párroco en San Agustín. Allí fue que su madre que vivía con él, y lo siguió haciendo hasta que murió en 1966, toma a su cuidado a quien sería como su hermano menor: Hugo Ricardo Sánchez, “Neco”, como todos lo conocimos, quien lo acompañó toda su vida.
Siete años estuvo en San Agustín hasta que el 9 de enero de 1949 tomaba posesión de la Parroquia Nuestra Señora de la Merced en Alta Gracia. Le tocaba reemplazar a un gigante, el Padre José Buteler, hecho que en alguna medida lo condicionó, ya que era un personaje de una personalidad y potencia intelectual y espiritual tan fuerte que cuando Monseñor Laffite le dijo que lo designaba párroco de Alta Gracia, le hizo exclamar: “¿Y qué voy a hacer yo a Altagracia, donde ha estado un Rey, como el Padre Buteler?” Pregunta a la que el Obispo respondió: “¡con tu sencillez vas a ser igual o más que tus antecesores!”.
Hablar del Padre Viera es hablar de abnegación, desinterés, entrega total . Durante los años de su misión no dejó a un lado a toda persona que lo haya llamado, ya sea de día o de noche siempre acudía. Su entrega a los demás fue siempre la meta de su vida por lo que, a pesar de tener tanto trabajo en una comunidad tan grande siempre se la arregló para multiplicarse y estar en todos lados. No solo estaba en las tareas de la Parroquia, nunca dejó de abandonadas a las capillas de las sierras a las que iba a caballo, mula, en su viejo Ford, y hasta a veces a pie. Una faceta de su personalidad a destacar era su simpatía y buen humor permanente, aún ante el dolor y las dificultades mayores. Sus famosos “cuentos”, que no existe ninguna persona que haya tenido el placer de compartir un rato con él que nos los haya escuchado. Su sonrisa, su palabra de aliento y esperanza siempre con los demás. Su optimismo aún después de haber soportado muchas intervenciones quirúrgicas que fueron debilitando su salud. Vivió siempre en contacto con la necesidad, con la pobreza, transmitió humildad, alegría, seguridad, siempre bajo el ala de una fe profunda e inquebrantable que no lo dejó caer, ni siquiera tropezar, a pesar de muchas cosas no siempre agradables que le tocaron vivir.
Una vida y una actividad como la del Padre Viera no puede ni debe perderse en el olvido. Cuando una vida se constituye en un ejemplo digno de ser vivido y de ser emulado, debe ser rescatada por los contemporáneos que tuvieron y tienen la felicidad de disfrutar de ese privilegio y transmitirla a la posteridad para que se multiplique en alimento y ayude a la salvación de los hijos y nietos que vienen detrás nuestro.
Todas las generaciones de altagracienses tienen la obligación moral de recoger su concepto de vida, su sentido de Dios, su visión de hombre, la conciencia de la responsabilidad, el ejemplo de su dignidad y de su moral, su humildad y servicio brindado por amor a Dios y al prójimo…
Los que hacen de su vida historia, aunque jamás hayan tenido esa intención, deben ser conocidos por la posteridad y valorados en el contexto en que desplegaron sus virtudes.
En el final de esta breve reseña de este pequeño gran hombre, transcribo parte de las palabras finales de su autobiografía:
“¡Cómo no voy a dar gracias a Dios que a lo largo de tantos años me ha colmado de bendiciones y gracias, entre ellas la mayor y más maravillosa, la de haberme hecho participante de su sacerdocio eterno, haciéndome Sacerdote y Ministro suyo en la transmisión de su mensaje de salvación y administrador de su gracia en los Sacramentos!”.
Fuente: "Recuerdos del Rvdo. Padre Domingo Viera", por Orlando Sixto Perez
Decía que siempre había pensado que el Cura Brochero le había alcanzado de Dios la Gracia y la Luz de su vocación religiosa. Y así fue que a los quince años, el 7 de abril de 1926, entró al seminario, y el 18 de septiembre de 1937 se ordenaba sacerdote.
Su primer destino fue como Vicario Cooperador en la Parroquia de Santa Rosa de Río Primero, por extraña casualidad lugar natal de su admirado Cura Gaucho, el 5 de febrero de 1938. Cuatro años después, el 10 de mayo de 1942, fue designado párroco en San Agustín. Allí fue que su madre que vivía con él, y lo siguió haciendo hasta que murió en 1966, toma a su cuidado a quien sería como su hermano menor: Hugo Ricardo Sánchez, “Neco”, como todos lo conocimos, quien lo acompañó toda su vida.
Siete años estuvo en San Agustín hasta que el 9 de enero de 1949 tomaba posesión de la Parroquia Nuestra Señora de la Merced en Alta Gracia. Le tocaba reemplazar a un gigante, el Padre José Buteler, hecho que en alguna medida lo condicionó, ya que era un personaje de una personalidad y potencia intelectual y espiritual tan fuerte que cuando Monseñor Laffite le dijo que lo designaba párroco de Alta Gracia, le hizo exclamar: “¿Y qué voy a hacer yo a Altagracia, donde ha estado un Rey, como el Padre Buteler?” Pregunta a la que el Obispo respondió: “¡con tu sencillez vas a ser igual o más que tus antecesores!”.
Hablar del Padre Viera es hablar de abnegación, desinterés, entrega total . Durante los años de su misión no dejó a un lado a toda persona que lo haya llamado, ya sea de día o de noche siempre acudía. Su entrega a los demás fue siempre la meta de su vida por lo que, a pesar de tener tanto trabajo en una comunidad tan grande siempre se la arregló para multiplicarse y estar en todos lados. No solo estaba en las tareas de la Parroquia, nunca dejó de abandonadas a las capillas de las sierras a las que iba a caballo, mula, en su viejo Ford, y hasta a veces a pie. Una faceta de su personalidad a destacar era su simpatía y buen humor permanente, aún ante el dolor y las dificultades mayores. Sus famosos “cuentos”, que no existe ninguna persona que haya tenido el placer de compartir un rato con él que nos los haya escuchado. Su sonrisa, su palabra de aliento y esperanza siempre con los demás. Su optimismo aún después de haber soportado muchas intervenciones quirúrgicas que fueron debilitando su salud. Vivió siempre en contacto con la necesidad, con la pobreza, transmitió humildad, alegría, seguridad, siempre bajo el ala de una fe profunda e inquebrantable que no lo dejó caer, ni siquiera tropezar, a pesar de muchas cosas no siempre agradables que le tocaron vivir.
Una vida y una actividad como la del Padre Viera no puede ni debe perderse en el olvido. Cuando una vida se constituye en un ejemplo digno de ser vivido y de ser emulado, debe ser rescatada por los contemporáneos que tuvieron y tienen la felicidad de disfrutar de ese privilegio y transmitirla a la posteridad para que se multiplique en alimento y ayude a la salvación de los hijos y nietos que vienen detrás nuestro.
Todas las generaciones de altagracienses tienen la obligación moral de recoger su concepto de vida, su sentido de Dios, su visión de hombre, la conciencia de la responsabilidad, el ejemplo de su dignidad y de su moral, su humildad y servicio brindado por amor a Dios y al prójimo…
Los que hacen de su vida historia, aunque jamás hayan tenido esa intención, deben ser conocidos por la posteridad y valorados en el contexto en que desplegaron sus virtudes.
En el final de esta breve reseña de este pequeño gran hombre, transcribo parte de las palabras finales de su autobiografía:
“¡Cómo no voy a dar gracias a Dios que a lo largo de tantos años me ha colmado de bendiciones y gracias, entre ellas la mayor y más maravillosa, la de haberme hecho participante de su sacerdocio eterno, haciéndome Sacerdote y Ministro suyo en la transmisión de su mensaje de salvación y administrador de su gracia en los Sacramentos!”.
Fuente: "Recuerdos del Rvdo. Padre Domingo Viera", por Orlando Sixto Perez
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